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Mostrando entradas de junio, 2020

EL ABUELO

Érase una vez un niño que jugaba al fútbol en la orilla de la playa. El pequeño estaba disputando un partido emocionantísimo contra un rival muy potente. Con su pelota roja driblaba adversarios una y otra vez y esquivaba zancadillas de los defensores con gran habilidad. El niño estaba exhausto de tanto correr arriba y abajo por la playa con su balón pero no desfallecía. El público enfervorizado coreaba desde las gradas del estadio su nombre: “¡Lucas, Lucas!” En un último intento desesperado el niño se dirigió con gran habilidad, o al menos eso creía él, hacia la meta contraria. Cuando se disponía a golpear la pelota tropezó contra un montón de arena y cayó de bruces. -           ¡Penalti, penalti, árbitro! – gritó Lucas enfadado desde el suelo. -           ¡Penalti, clarísimo! – confirmó el abuelo desde su tumbona. – Además es el último minuto. Sólo queda tiempo para un último lanzamiento – añadió muy serio consultando el reloj. “Ya es casi la hora de volver a casa” pensó. -

EL CARTERO

El nuevo cartero estaba deseando terminar el reparto del día. Fatigado por el calor llegó a una de las últimas casas del pueblo. La dueña de la casa, una anciana vestida toda de negro, le dijo: -           Así que usted es el nuevo cartero. Encantado de conocerle. Yo soy la señora María. Siéntese un poco conmigo, por favor. El pueblo es pequeño y el sol aprieta. Le traeré algo para refrescarse. El cartero pensó que era una óptima idea. Casi había terminado la entrega de correspondencia y le vendría muy bien disfrutar de la sombra de la morera del patio de la señora María. La anciana volvió con una jarra de fresca limonada. Sirvió la bebida y continuó diciéndole al cartero: -           Sepa usted que yo no sé leer. No fui a la escuela, ya sabe eran otros tiempos, y a estas alturas ya me falla hasta la vista. Si hiciera el favor de leerme la carta… -           Faltaría más, María. Será un placer, así le puedo agradecer su limonada y su amabilidad – contestó feliz el cartero.

EL PEQUEÑO CASTOR

Érase una vez un pequeño castor solitario que se propuso realizar una presa en un imponente y majestuoso río. La primera noche, la presa que realizó el castor era demasiado débil y el orgulloso río no empleó demasiado tiempo en destruirla y arrastrarla con su potente corriente. La segunda noche, el castor seleccionó unos troncos de madera mucho más fuertes y, aunque procedían de un bosque más alejado que los empleados el día anterior, el pequeño roedor no dudó en ponerse manos y patas a la obra y con sus propios dientes taló los árboles. Inició así la construcción de una nueva presa.   A mitad del trabajo, el río, que bajaba enfurecido por el reciente deshielo, arrancó la presa y se la llevó por delante, dejando al pobre castor de nuevo desconsolado. La tercera noche el castor pensó en cambiar la estructura de la base de la presa fortaleciéndola con rocas pesadísimas que transportó con enorme fatiga hasta el río. Nada que hacer: el río destruyó fácilmente de nuevo la presa. E

EL VIOLÍN MÁGICO

Érase una vez un maravilloso violinista que era conocido por su gran talento musical. Noche tras noche dejaba boquiabiertos a todos aquellos que asistían a sus extraordinarios conciertos. El violinista era un tipo extravagante que destacaba por su espectacular virtuosismo sobre el escenario. Hasta tal punto que muchos pensaban que era imposible tocar tan bien sin haber realizado algún tipo de pacto diabólico y entre el público empezó a circular la leyenda que afirmaba que el instrumento del violinista había sido embrujado y por eso podía tocar mucho mejor que el resto de sus rivales. Una noche, tras uno de sus inolvidables conciertos, el violinista recibió la visita de un rico banquero aficionado a la música y violinista frustrado. El banquero, envidioso de la admiración que el violinista despertaba entre su público y conocedor de la leyenda que giraba en torno al violín, quiso comprar a cualquier precio el instrumento, llegando a ofrecer una cantidad desorbitada por un objeto musi

EL PINTOR Y EL REY

  Érase una vez un rey arrogante. Como todos los reyes. En ocasión de la visita a uno de los lugares más alejados de su reino, el monarca sintió la necesidad imperiosa de que le realizaran un retrato. Estaba convencido de que el agradable clima y los paseos a caballo por los enormes viñedos de la zona habían hecho mucho bien a su cutis y se sentía especialmente hermoso y vigorizado. El caprichoso rey hizo buscar al mejor pintor de los alrededores y con soberbia le dijo: -           Espero que tu capacidad sea suficiente para plasmar toda mi enorme belleza. Si no, te cortaré la cabeza. El pintor era un artesano conocido por su habilidad artística y por su modestia. Era una persona inteligente que rápidamente comprendió que el monarca, arrogante como el que más, no quería un cuadro donde apareciera tal y como era, sino que lo que realmente ambicionaba era un retrato que plasmase la imagen que el rey tenía de sí mismo, es decir, mucho más bello y mucho más fuerte de lo que era en

EL TREN DE TOKIO

En Tokio existe una línea ferroviaria llamada Yurikamone line que es conocida por no utilizar conductores de tren. Los trenes de la Yurikamone line destacan, además, por su puntualidad y eficiencia hasta tal punto que no hay posibilidad de error: si tu tren debe partir a las 14:17 partirá exactamente a esa hora, ni un minuto antes ni un minuto después. Evidentemente no es casualidad que tal alarde técnico haya sido desarrollado en Japón, un país mundialmente famoso por su tecnología y por su disciplina. Dicen que una vez uno de estos prodigiosos trenes autónomos comenzó a hacer cosas raras. Sin una explicación técnica aparente este díscolo tren empezó a dar rodeos y a recrearse en lugares que a él le parecían bonitos. Hay que entenderlo, el mismo recorrido todos los días termina aburriendo hasta al más obediente tren nipón. De tal manera que a veces cambiaba el recorrido para llevar a sus viajeros por las zonas de los parques donde juegan los niños o por los rincones donde todavía

LA NIÑA VALIENTE

Érase una vez un pueblo normal con un colegio normal en el que había una clase normalísima integrada por normalísimos alumnos. A ese pueblo normal llegó un día un maestro nuevo. También él bastante normal. El primer día de clase el maestro para conocer a sus nuevos alumnos propuso la siguiente actividad: - No me interesa saber todavía vuestros nombres. Quiero que me digáis cuál es el animal con el que os sentís más identificados y la razón por la cual lo habéis elegido. Sólo eso. -           Fácil, maestro – dijo rápidamente uno de los alumnos. – Yo sería un león. Soy fuerte y me encanta infundir terror en los demás. Todos me respetan y me temen. Amo tomar la iniciativa. Sin duda yo soy el rey de la clase. Los demás rápidamente aplaudieron a su líder. El maestro pensó que en todas las clases, sobre todo en las clases normales, siempre hay uno, siempre hay un león dominante. -           Yo sería un mono, maestro – exclamó entre risas otro de los alumnos. – Me encanta hacer reír y que se

LOS DOS AMIGOS

Tras años separados, dos viejos amigos en el anochecer de sus vidas volvieron a encontrarse a la hora habitual en el lugar de siempre. La vida los había llevado por caminos diferentes y ya quedaba muy poco de aquellos niños que compartieron mucho tiempo atrás juegos, escuela e interminables aventuras. Los dos amigos tenían muchas cosas en común sin embargo eran muy diferentes. En el pasado ambos habían destacado por su inteligencia en la clase del viejo maestro del colegio de su pueblo y habían compartido muchas inquietudes. El maestro les auguró un gran futuro a los dos. -           Yo he triunfado en la vida – comenzó a decir orgulloso uno de ellos. -He ganado mucho más dinero del que podría gastar en veinte vidas. La gente me conoce, me envidia y se seguirá hablando de mi fortuna mucho después de mi muerte. Cerca de aquí hay una estatua dedicada a mí. ¿Y tú qué has hecho en la vida? ¿Has conseguido el éxito? -           No sabría qué decirte -respondió el otro. – Dediqué mi

LA OVEJA NEGRA

Érase una vez un pequeño cordero negro que nació en el seno de una gran familia tradicional de ovejas de rebaño. Desde el principio este cordero dio síntomas de ser diferente a los demás y no sólo por el color de su lana. Era especialmente distraído y le gustaba buscar nuevos senderos. A menudo se entretenía canturreando y era muy habitual encontrarlo ensimismado a vueltas con sus pensamientos. -           ¿Estará enfermo? - se preguntaba el padre - Este pequeño mío sólo da disgustos. No sé a quién habrá salido… -            ¡En nuestra familia todos hemos sido orgullosas ovejas de rebaño! - respondía enfadada la madre - Quizá alguien de tu familia… El resto del rebaño no entendía la actitud del joven cordero negro. ¿No es mucho más sencillo seguir los pasos de las ovejas que van delante tuyo marcándote el sendero? ¿Por qué buscar caminos alternativos que sólo pueden traer problemas y ponerte en peligro? Pero el joven cordero negro no se dejaba convencer y no cejaba en su empeñ