Érase una vez un rey arrogante. Como todos los reyes.
En ocasión de la visita a uno de los lugares más alejados de
su reino, el monarca sintió la necesidad imperiosa de que le realizaran un retrato.
Estaba convencido de que el agradable clima y los paseos a caballo por los
enormes viñedos de la zona habían hecho mucho bien a su cutis y se sentía
especialmente hermoso y vigorizado.
El caprichoso rey hizo buscar al mejor pintor de los alrededores y
con soberbia le dijo:
-
Espero que tu capacidad sea suficiente para
plasmar toda mi enorme belleza. Si no, te cortaré la cabeza.
El pintor era un artesano conocido por su habilidad
artística y por su modestia. Era una persona inteligente que rápidamente comprendió
que el monarca, arrogante como el que más, no quería un cuadro donde apareciera tal y
como era, sino que lo que realmente ambicionaba era un retrato que plasmase la
imagen que el rey tenía de sí mismo, es decir, mucho más bello y mucho más fuerte
de lo que era en realidad. Los soberbios, pensaba el pintor mientras trabajaba,
bajo su aparente seguridad y arrogancia esconden multitud de complejos.
El rey quedó encantado con su retrato. Contentísimo bramó:
- Te declaro el mejor pintor del reino. Trabajarás exclusivamente para mí y te cubriré de oro. Mañana viajarás conmigo a la corte y te nombraré mi pintor oficial. Estoy deseando alejarme de estos apestosos campos.
El pintor, aterrado ante la idea de tener que trabajar para
tan prepotente persona, respondió:
-
Majestad, mi arte nace de la pobreza de mi
morada y de la tranquilidad de mi entorno. Si me alejan de estos apestosos
campos y me obligan a vivir en un lujoso palacio no seré capaz de pintar nada
digno. Mi inspiración nace de mis cerdos, a los que limpio personalmente las
pocilgas. Nunca me lavo las manos si he de pintar porque el olor de sus
excrementos me recuerda que siempre debo obrar con humildad.
El rey, horrorizado, se marchó esa misma noche con su
séquito de aduladores no sin antes mandar destruir su retrato. Engreído como
era fue incapaz de entender que el verdadero arte nace de la humildad y del
trabajo. No soportó el horror de imaginar las sucias manos del pintor tocando
su hermoso rostro en el lienzo.
Por el contrario, el pintor se quedó muy feliz con sus cerdos y su pobre taller, convencido que ningún rey y ningún palacio valían la mitad de su cabaña y que todo el oro del mundo nunca bastaría para poder comprar su libertad.
Marcelo Morante
14/VI/2020
¡Hola amigo! Me he leído los cuentos publicados hasta hoy y me han encantado todos, pero te dejo un comentario especial en éste porque ese personaje engreído del rey me ha hecho reir y casi lo escucho diciendo muy sonoramente "...estos apestosos campos". En eso está la magia. ¡Espero que sigas escribiendo y compartiendo muchos más!
ResponderEliminarGracias, eterna amiga. Me emocionan mucho tus palabras.
EliminarTradicionalmente la figura del rey ha sido tratada con demasiada benevolencia y heroísmo (el guapo que corta cabezas a dragones y rescata a pobres princesas indefensas). Nunca me lo he creído.
Algo más se nos ocurrirá...
Te mandaré un audio narrado con música de fondo que hice de este cuento.
Un abrazo enorme desde la distancia.