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Mostrando entradas de enero, 2021

¿TE IMAGINAS...?

El otro día, durante el recreo, asistí a una escena maravillosa.  Dos niñas jugaban entretenidamente a un pasatiempo muy hermoso llamado "¿Te imaginas...?" El juego en cuestión consistía en que cada una de las niñas, por turnos, proponía un pensamiento bello que le gustaría que se hiciera realidad sin tener en cuenta su dificultad. Aunque fuera casi imposible de conseguir.  La primera de las participantes en el juego, una pequeña niña morena con los ojos enormes llamada Nela Ricci, dijo a su compañera:  - ¿Te imaginas que la Navidad durase todo el año? A lo que su amiga Inés Temperina, una niña con gafas y zapatillas chulísimas de color blanco, respondió: - Y tú, ¿te imaginas que siempre fuese el día de tu cumpleaños? - O que las vacaciones de verano durasen trescientos sesenta y cinco días, ¿te imaginas? - propuso otra vez Nela Ricci con entusiasmo. - O que el recreo fuese eterno... Sería chulo, ¿te imaginas? - gritó de nuevo feliz Inés Temperina. Pero el recreo, desgraciada

LA CAGARNERA

                                         A mi tío Gafas, espíritu libre y políglota. Con todo mi cariño.   Tengo un tío que es el mayor experto mundial en jilgueros.  Él no lo sabe porque no ha cursado estudios ornitológicos en ninguna institución especializada en esta materia, pero yo estoy convencido de que mi tío es la persona que más entiende de jilgueros de todo el planeta, aunque ni siquiera conozca el significado de la palabra ornitológico. ¡Si pudierais ver la cantidad de trucos que con muchísima paciencia es capaz de enseñar a sus pájaros! Para que os hagáis una idea, una vez me contó que había conseguido que uno de sus jilgueros sacase el agua del bebedero con la ayuda de un pequeño dedal y unos hilos. Ver para creer... El otro día, sin ir más lejos, vi a mi tío entablar una conversación muy animada con una de sus cagarneras favoritas. Él les llama cagarneras porque en la huerta donde vive siempre se ha llamado así a los jilgueros, y a estas alturas no va a cambiar. Ni falta

INÉS TEMPERINA Y LAS GALLETAS

De camino al colegio Inés Temperina siempre se detenía unos minutos a contemplar el maravilloso escaparate de la pastelería de su pueblo. Con su naricita y sus pequeñas manos apoyadas en el cristal del establecimiento la niña se deleitaba admirando los dulces que allí se exhibían mientras la boca se le hacía irremediablemente agua: enormes tortadas de cumpleaños adornadas con almendras, milhojas que desafiaban las leyes de la gravedad, almojábanas mojadas en delicioso almíbar y para terminar sus favoritas, las galletas de chocolate especialidad de la casa con doble relleno de crema. ¡Menudo paraíso! Golosa y distraída como era, a veces a Inés Temperina se le hacía irremediablemente tarde para llegar al colegio y más de una vez había tenido que correr con todas sus fuerzas para no ganarse la riña del profesor Puntino, inflexible amante de la puntualidad. Aunque Inés Temperina sólo había probado una vez las maravillosas galletas de chocolate con doble relleno de crema nunca podría olvida

EL NIÑO RICO

El otro día conocí al niño más rico del mundo. Tan rico, tan rico era, que aunque en su casa ya no había luz eléctrica porque no se podían pagar las facturas, él era capaz de seguir sonriendo.  Y su sonrisa conseguía iluminar toda su casa y toda su clase. O al menos a mí me daba esa impresión, porque en realidad yo nunca había visto su sonrisa. Una vez, el niño más rico del mundo me contó que su padre ya no vivía con ellos en su casa oscura, que se había ido a trabajar muy lejos y que hacía mucho tiempo que no lo veía. Pero el niño era tan rico, tan rico que cuando llegó la hora del patio, olvidando por un momento su tristeza, empezó a jugar con sus amigos como si nada. Era tan rico, tan rico que, apretando los dientes y corriendo muy fuerte, era capaz de dejar atrás todos sus problemas.  También me dijo otra vez que su casa estaba tan oscura, tan oscura que los Reyes Magos  no la habían visto y que seguramente por eso habían pasado de largo sin dejar sus regalos bajo el árbol. Y yo mu

EL CAMINANTE

El caminante era feliz cuando caminaba. Tan feliz, tan feliz que, aunque muchas veces se equivocaba de camino y tenía que deshacer todo lo andado hasta ese momento, no tenía ningún problema en volver a empezar desde el principio.  Sin prisa. El caminante siempre caminaba despacio, disfrutando del paisaje y escuchando atentamente a todos los que se encontraba en su camino. El caminante caminaba y caminaba, aunque muchas veces no sabía ni hacía dónde se dirigía.  Y cuando llegaba a una bifurcación y tenía que elegir irremediablemente una dirección, a la derecha o a la izquierda, el caminante siempre dejaba que fuera su instinto el encargado de decidir el rumbo que tomarían sus pasos a partir de entonces. Y con los ojos cerrados elegía. Y caminaba y caminaba. Sin mirar atrás.  Y si el camino no llevaba a ningún sitio, o terminaba bruscamente en un barranco insalvable, volvía hacía atrás y rehaciendo sus pasos tomaba el camino descartado inicialmente. Muchas veces el caminante cruzó su cam

EL VIENTO Y LA HOJA

A Laura Daganzo y a sus estudiantes de la Academia "Yo, Bailo" que con sus movimientos y su magia inspiraron este cuento. Érase una vez una hoja de morera muy hermosa. Tan hermosa, tan hermosa que el viento se enamoró perdidamente de ella. Yo no entiendo nada de hojas de morera y a malas penas consigo distinguir una morera de una higuera, pero el viento, que es todo un experto en árboles y en hojas, una tarde me susurró al oído que aquélla era, sin duda, la hoja más hermosa del mundo. Y yo le creí. Lo cierto es que el viento, como buen enamorado, acudía todos los días a visitarla porque le encantaba verla bailar al compás de su soplido. Y durante todos los atardeceres de ese otoño sopló el viento sobre la morera, y la hoja, coqueta, todos los días danzó graciosamente para él. ¡Si la hubieseis visto bailar como la vi yo! Nunca antes había contemplado unos movimientos tan gráciles y acompasados… ¡Menuda belleza! Con razón el viento estaba locamente enamorado de ella.  Cuando ll