Tras años separados, dos viejos amigos en el anochecer de sus vidas volvieron a encontrarse a la hora habitual en el lugar de siempre. La vida los había llevado por caminos diferentes y ya quedaba muy poco de aquellos niños que compartieron mucho tiempo atrás juegos, escuela e interminables aventuras.
Los dos amigos tenían muchas cosas en común sin embargo eran
muy diferentes. En el pasado ambos habían destacado por su inteligencia en la
clase del viejo maestro del colegio de su pueblo y habían compartido muchas
inquietudes. El maestro les auguró un gran futuro a los dos.
-
Yo he triunfado en la vida – comenzó a decir
orgulloso uno de ellos. -He ganado mucho más dinero del que podría gastar en
veinte vidas. La gente me conoce, me envidia y se seguirá hablando de mi
fortuna mucho después de mi muerte. Cerca de aquí hay una estatua dedicada a
mí. ¿Y tú qué has hecho en la vida? ¿Has conseguido el éxito?
-
No sabría qué decirte -respondió el otro. –
Dediqué mi vida al estudio y a la enseñanza. Nunca salí de nuestro pueblo y con
mucho esfuerzo conseguí comprarme una casita en las afueras. Diría que no. Creo
que nunca triunfé en la vida, pero sin embargo fui feliz.
-
La felicidad sirve de poco sino va acompañada
del dinero – continuó el primero de los amigos. – Trabajé muy duro y tuve que
hacer grandes sacrificios para conseguir mis objetivos. Nunca tuve tiempo de
formar una familia y no dudé en provocar la ruina de muchos rivales para
alcanzar la gloria económica.
-
Ya… - asintió el otro amigo – No debe de ser
fácil y admiro tu determinación, pero en el fondo te compadezco. Veo, querido
amigo, que no has cambiado nada en estos años. Probablemente yo tampoco. Cuando
éramos niños recuerdo que tú eras el más brillante en las asignaturas de razonamiento
matemático mientras que a mí se me daban bien las artes y la literatura. Nunca
tuviste sensibilidad para la música y aunque obtenías notas excelentes en todas
las materias muchas de ellas te parecían una pérdida de tiempo.
¿Recuerdas, mi gran amigo, siendo críos lo
bien que lo pasábamos jugando al fútbol? Tú eras la estrella de todos los
partidos. Todos querían ser como tú: el mejor delantero que había en todo el
pueblo. Yo sin embargo prefería jugar de portero. De portero, ¿qué te parece?
Siempre solo, mientras los demás os divertíais corriendo y marcando. Nunca
busqué la gloria del gol, prefería evitarlos. Siempre supe que había algo raro
en mí… El viejo maestro me llamaba “el soñador”, ¿te acuerdas?
-
El viejo maestro… - repitió el amigo rico – Creo
que nunca lo entendí y en el fondo siempre supe que tú eras su favorito – dijo
amargamente - Sin embargo, se equivocó: Yo he sido el mejor de los dos. Al
final te he ganado. He alcanzado la cima y he triunfado. Mientras que tú…
-
Tienes razón – continuó el soñador – Yo sólo soy
un pobre maestro de pueblo y mis bienes son escasos, fíjate en mis ropas… No
obstante, mi legado será infinito.
-
¿Infinito, soñador? – se burló el amigo
goleador.
-
Infinito, querido amigo. Enseñé apasionadamente
a cientos, a miles de niños a los que animé a estudiar y a esforzarse. Sembré
en cada uno de ellos la pasión por el esfuerzo. Les animé a seguir su camino y
les guié hasta donde pude. Muchos todavía se acuerdan de mí. ¿Acaso te parece
poco?
Sembré y recogí. El dinero sin embargo, mi
buen amigo, no se puede sembrar. Del dinero no nace nada.
El amigo rico, herido en su orgullo, se levantó de mala
manera. Se despidió y regresando pensó que una vez más el soñador le había ganado.
Esa misma noche se marchó del pueblo y nunca más volvió.
Pasados los años, los pájaros de la plaza son los únicos que
no han olvidado al amigo rico. Día tras día, puntuales, siguen adornando la
cabeza de su estatua.
Marcelo Morante
2/VI/2020
👏👏
ResponderEliminarEres un crack !!
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