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Mostrando entradas de noviembre, 2020

INÉS TEMPERINA Y LA GUERRA

Una vez en un dictado, Inés Temperina cambió la palabra “soldado” por la palabra “soleado” y en vez de escribir “guerra” escribió “gorra”. También escribió “balón” en lugar de “bala” y, aunque lo escribió con su correspondiente “b” y con una hermosa tilde en la “o”, el maestro Puntino puntuó su trabajo con un 4 en ortografía y una calificación de “IN” (abreviatura de un cruel Insuficiente).  Y pese a que la niña no entendió el significado de la puntuación “IN” en su dictado, pensó que el maestro Puntino con su INflexible INfalibilidad había sido INcapaz de entender que la pequeña INés Temperina había INtentado mejorar con su INocencia un poquito el mundo.  Sustituyendo muy poquitas letras todo cambiaría y ya no existirían las guerras, ni los soldados, ni las balas, y a cambio todos tendríamos magníficas gorras y disfrutaríamos de espléndidos días soleados en los que todos podríamos jugar al balón en vez de disparar balas. ¡Qué bonito sería tachar con el implacable bolígrafo rojo del m

EL ALGODÓN DE AZÚCAR

El profesor Maurizio Razionale, famoso científico de talla mundial, buscaba sin encontrar una solución a su dilema. Una vez tras otra, contrastaba los resultados de su experimento obteniendo siempre la misma exasperante conclusión: Azúcar y colorante. Colorante y azúcar. Visiblemente enojado, el brillante profesor Razionale por primera vez en su vida, no podía encontrar una explicación a un misterioso misterio. ¿Cómo era posible que a un científico de su nivel se le negara una respuesta lógica a una cuestión tan aparentemente sencilla? ¿Dónde residía el secreto químico que hasta entonces había permanecido oculto a su inmenso cerebro deductivo? El pobre profesor Razionale estaba al borde del colapso nervioso y repetía una y otra vez las pruebas y los análisis, sin éxito aparente. Nada que hacer.  Siempre obtenía los mismos, idénticos y pobres resultados: Azúcar y colorante. Colorante y azúcar. Algo se le escapaba a su brillante ingenio. No era posible que algo tan

LOS ZAPATOS NUEVOS

El otro día me compré unos zapatos nuevos. Unos zapatos preciosos y muy elegantes. Pensé que ya era hora de retirar mis viejas zapatillas deportivas y empezar a vestir, de una vez por todas, como un profesor respetable. A mí siempre me ha gustado llevar zapatillas de deporte porque me siento muy cómodo con ellas y creo que así mantengo una imagen un poco más juvenil. ¡Qué cosas! El caso es que el otro día decidí que había llegado el momento de madurar de una vez por todas y, sin meditarlo demasiado, me compré unos zapatos divinos que me proporcionaron, casi por primera vez en mi vida, un aspecto muy distinguido. Y con ellos me fui al trabajo. ¡Tendríais que ver cómo me miraban mis compañeros y mis alumnos! En sus ojos veía una enorme admiración y sorpresa. Es verdad que los zapatos me hacían un daño horrible, pero sin lugar a dudas valía la pena el sacrificio. Cuando llegué a casa casi no podía ni andar y los pies me dolían espantosamente. Aun así, al día siguiente

LAS CAMPANAS

Desde mi ventana oigo todos los días el sonido de las campanas de la iglesia. A algunas personas les molesta su toque e incluso les cuesta dormir con el constante sonido de las campanas de fondo. Sin embargo, a mí me relaja enormemente escucharlas. Será que estoy acostumbrado… Las campanas parece que hablan y si prestas atención, aparte de decirte la hora con extrema precisión, te avisan de un montón de acontecimientos. Eso sí, casi todos religiosos: la proximidad de la celebración de una misa, el repique incesante cuando llega una festividad importante o incluso cuando ha muerto alguien en el pueblo. Mi madre, que entiende mucho de campanas, ha intentado explicarme en multitud de ocasiones que existen dos toques diferentes dependiendo de si el fallecido era hombre o si, por el contrario, se trataba de una mujer. El caso es que nunca me acuerdo e inevitablemente confundo ambos toques, pero sí sé que cuando hay un entierro las campanas parecen llorar y su sonido grave y lúgubre

EL GUITARRISTA MUDO

Una mañana llegó al pueblo un misterioso personaje con una guitarra colgada a su espalda. Sin decir nada se sentó en uno de los bancos del parque y, sacando su instrumento del estuche, comenzó a tocar. Con los ojos cerrados acariciaba su guitarra extrayendo de ella unos sonidos mágicos que serenaban a todas las personas que, poco a poco, acudían a escuchar el improvisado concierto. Una señora que paseaba a su perro, curiosa, se detuvo a escuchar al guitarrista. Un rato después contó a sus nietos que mientras sonaba la música del misterioso intérprete había sentido que volvía a ser una niña y que, feliz, había vuelto a jugar con sus amigas en el patio de su viejo colegio. Otro señor, que pasaba veloz por el parque camino de una reunión importantísima de trabajo, contó a sus compañeros que el guitarrista había conseguido despertar en él una sensación de paz absoluta y que por unos minutos había olvidado por completo el ajetreo y las prisas de su día a día. Y que no le había impor