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Mostrando entradas de septiembre, 2020

LA PIEDRA

  Érase una vez un niño que tenía un cabreo tremendo. Estaba enfadadísimo y no paraba de darle vueltas a lo que le acababa de suceder. Y cuantas más vueltas le daba al asunto, más se cabreaba. ¡Menudo berrinche! Poseído totalmente por la rabia empezó a darle patadas a una piedra que encontró casualmente por el suelo y, patada a patada, sin darse ni cuenta, fue poco a poco alejándose de su pueblo. Pasó media hora y el niño continuaba caminando, dándole patadas a la piedra, ensimismado. Pasó otra media hora y el niño seguía con la cabeza agachada, andando concentrado tras los pasos de la piedra. Pasó otra media hora y, desorientado, por fin levantó la cabeza. Aunque había seguido todo el tiempo el mismo camino que atravesaba los campos, el niño se dio cuenta de que estaba completamente perdido. Nunca había llegado tan lejos en sus aventuras exploradoras. Y entonces lo vio. Vio que estaba en una vieja cantera abandonada y contempló abrumado montones y montones de polvorien

EL GENIO DE LAS COSQUILLAS

  Érase una vez una niña que estaba muy triste. Las cosas en el cole no habían ido nada bien ese día y, una tras otra, se habían sucedido un sinfín de calamidades: Durante el recreo se había mojado los pies con un charco mientras jugaba; después Luis, el niño más travieso de su clase, le había tirado del pelo; más tarde se había equivocado cuando le había tocado leer en clase de lengua y todos sus compañeros se habían reído de ella… La jornada había sido una auténtica pesadilla y estaba deseando llegar a casa para poder poner fin a tantas desgracias. Ya en la tranquilidad de su hogar, y cuando pensaba que nada podría empeorar aún más su catastrófico día, se encontró, de repente, sentada a la mesa junto a un enorme y humeante plato de lentejas, ¡la comida que más odiaba en el mundo! Y tras las lentejas, todavía le quedaba por hacer una montaña de deberes de mates. Y estudiar para un examen dificilísimo de inglés. Y a las 19:30 tenía que ir a una aburrida clase de teoría de la mú

EL ALGARROBO

  A mi maestro y amigo Antonio Serrano Érase una vez un niño que una tarde, tras las clases del colegio, llegó a casa con un monumental cabreo. Con un monumental cabreo y con un árbol muy pequeñito entre las manos. El viejo maestro, para celebrar el Día del Árbol, había entregado a cada niño de su clase un arbolito para que lo plantaran en una maceta cuando llegaran a sus hogares y cuidasen de él. De esta manera, los alumnos aprenderían, a través de la responsabilidad y de la experiencia, la importancia de cuidar de la naturaleza contribuyendo así a la mejora del medioambiente. El niño, sin embargo, estaba muy cabreado. No entendía por qué el maestro le había dado, justo a él, el árbol más pequeño de todos y el único que era diferente a los demás. “Siempre me porto bien y saco muy buenas notas. ¿Por qué me habrá castigado el maestro entregándome el árbol más raquítico de todos los que tenía?” pensaba enojado el niño. El pequeño no olvidaba cómo todos sus compañeros se había

LA PROFESORA DE MATEMÁTICAS

  La nueva profesora de matemáticas caminaba decidida por el pasillo del instituto. Se dirigía a su primera clase del curso y, aunque ya tenía una amplia experiencia docente, no podía evitar sentir un cierto nerviosismo que a duras penas conseguía disimular. Todos los años le pasaba lo mismo: la noche anterior al inicio del curso escolar siempre le costaba dormir y no podía pegar ni ojo. Ataviada con uno de sus mejores conjuntos y con un par de cafés en el cuerpo avanzaba hacia su aula recordando mentalmente los consejos que su viejo maestro del colegio le dio cuando supo que su antigua alumna había aprobado la oposición: “Jamás dejes que noten que tienes dudas, los alumnos huelen el miedo y ya no te respetarán en todo el año” o aquel otro que decía “Comienza siempre fuerte, infundiendo respeto en tu alumnado. No seas nunca amiga de tus alumnos… Ya tendrás tiempo de levantar un poco el pie del acelerador a final de curso”. La joven profesora de matemáticas empezaba a pensar que s

EL COMPADRE

  El campesino regresaba extenuado a casa. La jornada había sido especialmente dura bajo un sol abrasador y estaba deseando disfrutar de un más que merecido descanso. Cuando llegó a su casa vio que bajo la morera estaba aparcado un coche lujoso que no reconoció, y junto al vehículo se encontraba un señor que, vestido muy elegantemente, le esperaba con los brazos abiertos. -           ¡Compadre, cuánto tiempo sin vernos! He estado muchos años lejos de los campos pero ahora he decidido regresar para cultivar las tierras de mi familia. El compadre recién llegado le contó al campesino que tras la universidad había decidido quedarse en la ciudad y había fundado una importante empresa con la que había ganado muchísimo dinero y que después, tras varios reveses de la fortuna, lo había perdido todo y había pensado regresar al campo, buscando una segunda oportunidad. El campesino escuchó atentamente la historia de su amigo de la infancia y sonriente le dijo: -           Será estupendo

EL PIANISTA

  El pianista, lentamente, se dirigía hacia su instrumento. Con seriedad religiosa levantó la tapa del teclado y ajustó la banqueta. Su estudiado ritual continuaba siempre con la puesta en funcionamiento del metrónomo. Hoy no hubo suerte y no consiguió tocar ni una sola vez la pieza completa con la perfección técnica que su exigente oído de músico profesional demandaba. “Mañana será otro día”, pensó, y abatido se retiró a descansar. El segundo día, el pianista repitió con exactitud matemática su habitual ceremonia. Levantó lentamente la tapa del teclado y posicionó a la altura precisa su banqueta. Un milímetro más arriba o más abajo podrían marcar la diferencia y, aunque pudiera parecer una tontería, ese pequeño matiz podía hacer que el músico se sintiera incómodo y así nunca podría obtener el máximo de su potencial. Dio cuerda a su metrónomo y comenzó a practicar. Nada que hacer. Alguna de las ejecuciones rozaron la calidad que el pianista se autoimponía pero todavía seguía le