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Mostrando entradas de agosto, 2020

EL COCHE DE CARRERAS

A mi fiel amigo S-2 Érase una vez un viejo coche de carreras al que le gustaba circular despacio. El viejo bólido era la muestra perfecta de una época en la que los coches se hacían especialmente bien y representaba, como ningún otro, el valor de la tradición. El sonido de su motor continuaba siendo inimitable y su diseño era el más admirado entre los aficionados a las carreras. Sin embargo, el paso del tiempo se hacía notar y el viejo coche de carreras, aunque conservaba intacto todo su glamour vintage, había sido superado ampliamente por los nuevos modelos, mucho más veloces. Dentro de su propia escudería había quienes pensaban que el momento de cambiar al viejo coche de carreras por un modelo más rápido y moderno había ya llegado y de hecho, habían efectuado numerosas pruebas con otros bólidos más jóvenes, pero ninguno había convencido completamente al exigente staff técnico. El viejo coche de carreras seguía siendo imbatible en fiabilidad y ofrecía una calidad técnica superio

LA LAVADORA CON-CIENCIA

  Érase una vez un gran científico que gracias a la brillantez de su inteligencia y a su enorme espíritu de sacrificio consiguió desarrollar un prototipo de lavadora de conciencias. El planteamiento era, en principio, sencillo. El ingenioso artefacto debía de ser capaz de limpiar en los pacientes, como si de una lavadora común se tratase, cualquier atisbo de escrúpulo que impidiese un normal funcionamiento de la actividad humana. Una vez resueltos los complejos cálculos y superados los primeros ensayos en laboratorio, el científico comenzó con las pruebas con pacientes reales. La primera persona que se sometió a la lavadora de conciencias fue un famoso futbolista que en fechas recientes había cambiado su equipo de toda la vida por la escuadra rival y acérrima enemiga. El futbolista presentaba claros síntomas de abatimiento y, en el fondo de su corazón, sentía que estaba traicionando a su afición y a sus más íntimos amigos, todos ellos forofos de su anterior equipo. Cuando termi

LA HIGUERA Y EL REY

  A Gianni Rodari, il maestro. Érase una vez hace mucho, mucho tiempo una higuera que era conocida por la calidad insuperable de sus frutos. Los higos que producía esta higuera eran, con mucha diferencia, los más dulces que se podían degustar en todo el reino y muchas eran las personas que viajaban a propósito para poder saborearlos. La cosecha anual, como no podía ser de otra manera, no era especialmente grande pero la calidad de los higos compensaba sobradamente la incomodidad del viaje hasta uno de los rincones más angostos y alejados de la capital del reino. Cuentan que una vez uno de los cortesanos del rey, ávido de poder, regaló a su monarca una caja de los famosos higos con la intención de ganarse la gracia real y así poder prosperar en la jerarquía de palacio. El rey quedó maravillado con la dulzura de los higos y de una sentada se comió toda la caja de aquellos celestiales frutos. Tal fue la impresión que los higos causaron en el rey que éste decidió viajar inmediatamente

EL TITIRITERO

  Hace muchos, muchos años vivía en San Gimignano un modesto constructor de marionetas. Su taller se encontraba en una de las casas más humildes del pequeño pueblo y estaba rodeado por dos de las familias más potentes de la región. A su izquierda estaba la mansión de una gran familia de prósperos mercaderes de azafrán y a su derecha se ubicaba el enorme palacio de una noble familia local que gracias a inteligentes alianzas políticas había alcanzado una posición de gran prestigio social y económico. Cuentan que un día el rico mercader de azafrán se acercó al taller del constructor de marionetas y con gran arrogancia le dijo: -           Quería ofrecerte un gran negocio, vecino. El comercio del azafrán va cada vez mejor y estoy ganando muchísimo dinero. No me voy a andar con rodeos: Quisiera ampliar mi mansión y para ello necesito comprar tu taller. A cambio te ofrezco una generosa suma de dinero y un puesto de trabajo en una de las actividades más florecientes de toda la Toscana.

EL VIEJO ALMENDRO

  Dicen que a veces es bueno guiarse por el propio instinto y no dejarse seducir por las decisiones que a priori parecen más prácticas e incluso más recomendables. El campesino sabía que el viejo almendro ya no daría más frutos, que hacía muchos años que era incapaz de producir almendras y pensaba, no sin cierta amargura, que lo más sensato sería talarlo y aprovechar la tierra para sembrar una cosecha mucho más rentable. Por no hablar del dinero que ganaría vendiendo la leña del enorme almendro centenario. Dicen que ya estaba afilando su hacha cuando empezó a llorar de manera inesperada. Que repentinamente se acordó de su padre mientras recogía las almendras a finales del verano, cuando todavía hacía calor, con un sombrero de paja en la cabeza y que recordó también a su abuelo que le contaba cómo el almendro ya estaba allí cuando él había nacido, más de ochenta años atrás. Dicen que también se acordó, con una gran sonrisa dibujada en los labios, de aquel día en el que siendo apen

EL VELOCISTA

                                          A mi "sosio", que es más rápido que el viento. El corredor de los 100 metros lisos empezó a atarse ceremoniosamente los cordones de sus zapatillas. Concentrado, realizó su habitual ritual de calentamiento previo a la carrera: un par de saltos rápidos seguidos de un pequeño sprint. Todo ello acompañado de unos golpes con las manos en las partes externas de los muslos, para calentarlos. Unos movimientos circulares con el cuello y estaría completamente preparado para la competición. En las gradas del estadio olímpico reinaba un gran algarabío mezclado con unas enormes dosis de tensión. Los gritos de los aficionados se entremezclaban entre ellos produciendo un incomprensible mensaje de ánimo dirigido a los velocistas. La final olímpica de los 100 metros estaba a punto de empezar. Con el semblante muy serio, el atleta colocó sus pies y sus manos en posición de salida y con la mirada fija hacia delante esperó pacientemente el dispar

EL DESEO

Érase una vez un grupo de niños que charlaban animadamente a la salida del colegio. Mientras se dirigían hacia sus casas uno de ellos propuso el siguiente juego: -           ¿Si tuvierais la posibilidad de pedir un deseo, por imposible que pareciera, cuál sería? “El niño-aspirante a adolescente” fue el primero en pronunciarse: -           Yo pediría un móvil de última generación. El más potente y por supuesto el más caro – Y citó el modelo de teléfono que deseaba: Una sucesión de letras y cifras incomprensibles al resto de la humanidad – Con ese móvil me pasaría el día grabándome y haciendo vídeos chulos que subiría a internet. Miraría series sin parar hasta muy tarde y os mandaría mensajes todo el tiempo… -           Yo sin embargo, si tuviera la oportunidad, desearía una cantidad de dinero infinita – interrumpió “el niño-avaro”- Con el dinero se puede comprar cualquier cosa, incluidos todos los móviles de última generación que desees… -           Tienes toda la razón – ad

ÉRASE UNA VEZ...

Érase una vez un niño que, entretenido con su guitarra de juguete, soñaba con ser músico de mayor. Con su instrumento, pensaba, proporcionaría alegría a los demás. Érase otra vez una niña que, jugando con su pizarra y sus muñecos, soñaba con convertirse en maestra. Una maestra paciente y cariñosa con sus alumnos, como deben de ser las maestras. Y los maestros. Érase otra vez otro niño que, entretenido con su cocinita y sus ollas de juguete, soñaba con llegar a ser un gran cocinero cuando fuera mayor. Un cocinero de esos famosos que salían en la tele y poseían estrellas Michelin o quizás un cocinero especialista en spaghetti alla salsa bolognese de lata. Todavía no lo tenía decidido. Érase otra vez otra niña que cuando leía sus libros soñaba con convertirse de mayor en una gran exploradora o una maga poderosa o una bailarina de gran talento, dependiendo del libro y del humor del día. Érase otra vez otro niño que jugaba ensimismado con pistolas de juguete. Y no soñaba con ser mús