A Gianni Rodari, il maestro.
Érase una vez hace mucho, mucho tiempo una higuera que era
conocida por la calidad insuperable de sus frutos. Los higos
que producía esta higuera eran, con mucha diferencia, los más dulces que se
podían degustar en todo el reino y muchas eran las personas que viajaban a propósito para poder saborearlos.
La cosecha anual, como no podía ser de otra manera, no era especialmente grande
pero la calidad de los higos compensaba sobradamente la incomodidad del viaje
hasta uno de los rincones más angostos y alejados de la capital del reino.
Cuentan que una vez uno de los cortesanos del rey, ávido de
poder, regaló a su monarca una caja de los famosos higos con la intención de ganarse
la gracia real y así poder prosperar en la jerarquía de palacio.
El rey quedó maravillado con la dulzura de los higos y de
una sentada se comió toda la caja de aquellos celestiales frutos. Tal fue la
impresión que los higos causaron en el rey que éste decidió viajar inmediatamente
hasta el lugar en el que se encontraba la higuera que había producido "el postre
más delicioso que su real paladar había jamás degustado".
Y así, sin preaviso, se presentó el rey en la casa del
agricultor de la famosa higuera, acompañado por su adulador cortesano y un par
de soldados. Inmediatamente se formó un revuelo increíble y acudieron todas las
gentes que habitaban en las cercanías, dejando a medias la faena que estaban
desarrollando.
El monarca, sin bajar
del caballo preguntó con tono de fastidio al campesino:
-
¿Eres tú el dueño de esta maravillosa
higuera que produce los mejores higos del reino? Vista de cerca, diría que parece
una higuera totalmente normal…
El campesino, abrumado ante tan magnífica visita y con la
cabeza agachada en señal de respeto, humildemente respondió:
-
Así es, majestad. Esta higuera pertenece a mi
familia desde tiempo inmemorial. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es el secreto
del extraordinario sabor de los higos. Algunos hablan de la calidad de la
tierra, otros atribuyen la dulzura de los higos a las bondades del agua del
manantial que riega la higuera, otros hablan de la antigüedad del árbol…
-
¡Está bien! ¡Basta de sermones! – interrumpió groseramente
el rey al agricultor – No he venido hasta este asqueroso agujero para oírte hablar.
Cógeme un higo inmediatamente. El viaje me ha abierto el apetito.
El campesino obedeció y temblando entregó a su majestad un higo que consideró que estaba en su punto óptimo de sabor, un higo que gracias a
años y años de observación y experiencia en las labores del campo seleccionó personalmente como el mejor de toda la higuera.
El glotón rey ya se relamía de placer cuando observó que el fruto tenía un pequeño defecto y muy enfadado dijo al campesino:
-
¿Acaso quieres reírte de mí? ¡Qué inmoralidad es
ésta! ¡Me has entregado un higo estropeado por el picotazo de un pájaro!
-
Señor, - respondió siempre con la cabeza
agachada el agricultor - el higo que ahora mismo tenéis entre las manos sin
duda es el mejor de toda la higuera. Si no fuera bueno, el pájaro no lo habría
elegido entre todos los demás…
El rey, visiblemente molesto, le lanzó el higo a la cabeza y
muy enojado gritó:
-
¡Soldados, cortad inmediatamente esta higuera repugnante!
Así aprenderá este insolente muerto de hambre a no contradecirme.
Los soldados ya se disponían a talar la higuera cuando la
familia del campesino y sus vecinos formaron rápidamente un círculo en torno al tronco del árbol
centenario, para protegerlo.
El dueño de la higuera levantó por primera vez la cabeza y
mirando directamente a los ojos al rey dijo con firmeza:
-
Mi señor, reyes como usted hay muchos pero
higueras como la mía sólo hay una en todo el mundo. Márchese de este asqueroso
agujero y déjenos en paz.
Y el rey, avergonzado al entender que el campesino tenía razón, se
marchó con la cabeza agachada y nunca más volvió. Ni volvió a comer higos tan
buenos en su vida.
Y los pájaros tan contentos.
Marcelo Morante
20/VIII/2020
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