El otro día conocí al niño más rico del mundo. Tan rico, tan rico era, que aunque en su casa ya no había luz eléctrica porque no se podían pagar las facturas, él era capaz de seguir sonriendo.
Y su sonrisa conseguía iluminar toda su casa y toda su clase. O al menos a mí me daba esa impresión, porque en realidad yo nunca había visto su sonrisa.
Una vez, el niño más rico del mundo me contó que su padre ya no vivía con ellos en su casa oscura, que se había ido a trabajar muy lejos y que hacía mucho tiempo que no lo veía. Pero el niño era tan rico, tan rico que cuando llegó la hora del patio, olvidando por un momento su tristeza, empezó a jugar con sus amigos como si nada. Era tan rico, tan rico que, apretando los dientes y corriendo muy fuerte, era capaz de dejar atrás todos sus problemas.
También me dijo otra vez que su casa estaba tan oscura, tan oscura que los Reyes Magos no la habían visto y que seguramente por eso habían pasado de largo sin dejar sus regalos bajo el árbol. Y yo muy serio le dije que eso no podía ser, que los Reyes Magos nunca dejarían a un niño tan bueno, tan bueno sin regalos, y que en mi casa, que todavía tenía luz, habrían dejado con toda seguridad un regalo para él.
Y el niño era tan rico, tan rico que sonriendo, o al menos eso me pareció, me creyó.
Marcelo Morante
13/I/2021
Conmovedor
ResponderEliminarMuy chulo me gustó mucho😊
ResponderEliminar