De camino al colegio Inés Temperina siempre se detenía unos minutos a contemplar el maravilloso escaparate de la pastelería de su pueblo. Con su naricita y sus pequeñas manos apoyadas en el cristal del establecimiento la niña se deleitaba admirando los dulces que allí se exhibían mientras la boca se le hacía irremediablemente agua: enormes tortadas de cumpleaños adornadas con almendras, milhojas que desafiaban las leyes de la gravedad, almojábanas mojadas en delicioso almíbar y para terminar sus favoritas, las galletas de chocolate especialidad de la casa con doble relleno de crema. ¡Menudo paraíso!
Golosa y distraída como era, a veces a Inés Temperina se le hacía irremediablemente tarde para llegar al colegio y más de una vez había tenido que correr con todas sus fuerzas para no ganarse la riña del profesor Puntino, inflexible amante de la puntualidad.
Aunque Inés Temperina sólo había probado una vez las maravillosas galletas de chocolate con doble relleno de crema nunca podría olvidar su extraordinario sabor. Había sido por su séptimo cumpleaños y a veces por las noches todavía soñaba con cientos de deliciosas galletas de chocolate que bailaban junto a ella al compás de la música.
Si fuera por ella no comería otra cosa, pero en su casa, que había lo justo para ir tirando, le habían dicho que tendría que esperar a que llegara de nuevo su cumpleaños para poder volver a disfrutar de tan refinado manjar. Así que Inés Temperina empezó a ahorrar y, juntando un poquito de aquí y un poquito de allá, consiguió reunir con muchas dificultades el dinero que necesitaba para comprar una docena de aquellas prodigiosas galletas.
¡Tendríais que haber visto lo contenta que llegó ese día Inés Temperina al colegio! Entre sus manos sostenía un maravilloso tesoro en forma de caja adornada con lazos de colores.
Cuando llegó la hora del patio, los compañeros de Inés Temperina rápidamente rodearon a la niña y con los ojos como platos asistieron en primera fila al momento mágico en el que Inés ceremoniosamente se decidió a abrir el paquete.
Si Inés Temperina hubiese sido un adulto se hubiera comido todas sus galletas en casa, sin compartir ninguna con sus amigos, y hubiera guardado varias para el día siguiente.
Si Inés Temperina hubiese sido un pirata como los que salían en sus cuentos, hubiera engañado a todos sus compañeros para disfrutar en la más absoluta soledad del botín que con tanto esfuerzo había conseguido.
Pero afortunadamente Inés Temperina sólo era una niña y comportándose como tal compartió todas sus galletas con sus amigos. Incluso Pierino Malatesta tuvo su galleta, aunque el día anterior había tirado del pelo a la niña y seguramente mañana volvería a tirarle de su hermosa melena rizada. Y el voraz Alessandro Affamato también tuvo la suya, aunque llevaba un par de días comiéndose a escondidas la mitad del bocadillo de Inés Temperina y seguramente mañana volvería a robarle un pellizco de su almuerzo. Y Marta Più también recibió su espléndida galleta de chocolate con doble relleno de crema, pese a que las dos niñas estaban enfadadas porque en secreto intuían que a las dos les gustaba el mismo niño…
¡Ojalá los adultos alguna vez fuesen así de generosos!
Inés Temperina tenía muy claro que no servía de nada un tesoro si no se puede disfrutar junto a los amigos. Pero claro, Inés Temperina todavía era una niña y vivía al día, sin pensar demasiado en el mañana.
Y aunque en algún momento se convertiría en adulta, nunca, nunca sería una pirata egoista.
Marcelo Morante
19/I/2021
Los niños siempre son nuestro espejo por eso son nuestros maestros... No siempre.. Pero casi siempre detrás de los actos solidarios y buenos de los niños está el claro ejemplo del buen hacer de los adultos que les rodean...
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