El campesino regresaba extenuado a casa. La jornada había
sido especialmente dura bajo un sol abrasador y estaba deseando disfrutar de un
más que merecido descanso.
Cuando llegó a su casa vio que bajo la morera estaba aparcado un coche lujoso que no reconoció, y junto al vehículo se encontraba un señor que, vestido
muy elegantemente, le esperaba con los brazos abiertos.
-
¡Compadre, cuánto tiempo sin vernos! He estado
muchos años lejos de los campos pero ahora he decidido regresar para
cultivar las tierras de mi familia.
El compadre recién llegado le contó al campesino que tras la
universidad había decidido quedarse en la ciudad y había fundado una importante
empresa con la que había ganado muchísimo dinero y que después, tras varios
reveses de la fortuna, lo había perdido todo y había pensado regresar al campo,
buscando una segunda oportunidad.
El campesino escuchó atentamente la historia de su amigo de
la infancia y sonriente le dijo:
-
Será estupendo volver a verte por aquí. La
verdad es que te he echado mucho de menos todos estos años y siempre recibí con
gran emoción las noticias que llegaban de tus éxitos. Lamento que al final las
cosas no te hayan ido bien…
El amigo de ciudad, tras unos minutos de amigable charla banal,
se decidió a confesar a su amigo agricultor sus verdaderas intenciones:
-
He decidido modernizar los campos de mi familia
e invertir una gran cantidad de dinero con la que pronto recogeré abundantes
beneficios.
El campesino pensó que las tierras, según su experiencia, nunca habían dado “abundantes
beneficios” rápidamente, pero admiraba la osadía y ambición de su amigo.
El recién llegado continuó:
-
Quería pedirte, compadre, una pequeña cantidad
de dinero para iniciar mi actividad. Como ya te he dicho las cosas
no me han ido demasiado bien últimamente y necesito una ayuda económica.
Siempre has tenido fama de buen ahorrador y, por supuesto, me comprometo a devolverte en muy
breve espacio de tiempo todo tu dinero.
El agricultor calculó mentalmente y comprendió que la
cantidad que le había pedido su amigo equivalía en la práctica a todos los
ahorros de su vida. Aun así, se levantó y entró en su casa. Al poco regresó con
el dinero que, generoso, entregó a su amigo.
El compadre de ciudad, abrazándolo y con lágrimas en los
ojos, insistió en que le devolvería en muy poco tiempo todo el préstamo.
El tiempo pasó veloz y el compadre de ciudad no había
devuelto todavía su deuda al amigo. Todos los días pasaba por delante de su
casa y a menudo se detenía para poder charlar amigablemente con él. El humilde campesino,por su parte, jamás hizo mención al dinero que su amigo le debía, para evitar hacerlo sentir mal.
Un día, el compadre de ciudad aparcó su flamante coche bajo
la morera de su amigo y muy serio le dijo:
-
Necesito un poco más de tiempo del previsto para
poder devolverte lo tuyo. Me avergüenza tener que pedírtelo, pero necesitaría
un poco más de dinero para lanzar definitivamente mi actividad y que empiece a
generar ingresos.
El agricultor se introdujo de nuevo en su casa y volvió con
los últimos ahorros que conservaba. Apesadumbrado, los entregó a su amigo, advirtiéndole que en el futuro no podría prestarle más.
El compadre de ciudad agradeció a su amigo el generoso
sacrificio y volvió a prometer que muy pronto se lo devolvería todo.
De nuevo pasó el tiempo y, mientras que el laborioso agricultor
continuaba trabajando de sol a sol dejándose la vida en los campos, su amigo de
ciudad dilapidaba en extravagantes innovaciones el dinero que con tanto
sacrificio su compadre había conseguido reunir.
Una vez, cuando se acercaba de nuevo el verano y ya habían
pasado varios años de los préstamos, el compadre de ciudad volvió a parar su elegante
coche bajo la morera del humilde campesino y le dijo:
-
Compadre, empieza a apretar el calor y me
gustaría irme de vacaciones, pero no tengo suficiente dinero. En estos años te
habrá dado tiempo a recuperarte y con lo tacaño que eres seguro que has conseguido
ahorrar una buena cantidad. Por supuesto te devolveré el total en muy
poco tiempo…
El agricultor, que acababa de sentarse a descansar bajo el
fresco del árbol, destrozado por el duro trabajo de todo el día, pensó que él
nunca había podido irse de viaje. Cogió su azada con firmeza y pidió a su amigo
que se marchara de allí, que ya no tenía más dinero y que no continuara
tomándole más el pelo.
El compadre de ciudad, mortalmente herido en su orgullo, montó en su costosísimo coche y se marchó.
Nunca volvió a pasar por delante de la
casa de su amigo y por supuesto, jamás le devolvió su dinero. Además, cada vez
que el nombre del pobre campesino salía en una conversación afirmaba sin tapujos que "su compadre agricultor
era un avaro y que sólo pensaba en trabajar".
El humilde campesino, por su parte, además de perder la amistad del que siempre consideró su compadre, perdió para siempre el dinero de toda una vida de esfuerzo y sacrificio.
Pero al menos, se consolaba, había recuperado una parte de su
dignidad.
Marcelo Morante
13/IX/2020
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