Ir al contenido principal

EL GENIO DE LAS COSQUILLAS

 

Érase una vez una niña que estaba muy triste.

Las cosas en el cole no habían ido nada bien ese día y, una tras otra, se habían sucedido un sinfín de calamidades: Durante el recreo se había mojado los pies con un charco mientras jugaba; después Luis, el niño más travieso de su clase, le había tirado del pelo; más tarde se había equivocado cuando le había tocado leer en clase de lengua y todos sus compañeros se habían reído de ella…

La jornada había sido una auténtica pesadilla y estaba deseando llegar a casa para poder poner fin a tantas desgracias.

Ya en la tranquilidad de su hogar, y cuando pensaba que nada podría empeorar aún más su catastrófico día, se encontró, de repente, sentada a la mesa junto a un enorme y humeante plato de lentejas, ¡la comida que más odiaba en el mundo!

Y tras las lentejas, todavía le quedaba por hacer una montaña de deberes de mates. Y estudiar para un examen dificilísimo de inglés. Y a las 19:30 tenía que ir a una aburrida clase de teoría de la música en el Conservatorio… ¡Menudo panorama!

Su padre, muy preocupado, pensó que sólo había una solución a tan enorme y complejo problema: Había que convocar con carácter de urgencia al infalible “Genio de las Cosquillas”.

Y así lo hizo… Y tras cinco minutos de terapia intensiva a base de cosquillas, risas y juegos todos los males de la niña habían desaparecido como por arte de magia.

Nunca deberíamos subestimar el poder curativo de las cosquillas. Probablemente sean una de las medicinas más efectivas y potentes que existan, y son capaces de devolver la alegría a cualquier niño triste en muy poco tiempo.

Si yo fuera “Ministro de los Niños”, aunque no estoy seguro de que exista este ministerio, mandaría promulgar una ley en la que se obligara a todos los padres del mundo a subministrar a sus hijos, independientemente de la edad, una dosis diaria de cosquillas. Y también una ración extra de juegos. Y de postre, muchas, muchas risas.

Pero yo no mando nada y temo que mis consejos no los seguirá nadie. Aún así no desisto y lo seguiré intentando gritando a quien me quiera escuchar:

¡Raciones de cosquillas gratis!

¿Quién quiere una ración de cinco minutos de desternillantes cosquillas gratuitas? Seguro que te cambian la cara…

 

Y así un día, y otro, y otro…

 AUDIO

Marcelo Morante

28/IX/2020

 


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL PAÍS EN BLANCO Y NEGRO

Este cuento nace a partir de un dibujo de Loles. Y esto es un hecho insólito porque normalmente sucede al contrario, primero escribo el cuento y después Loles hace el dibujo. Cuando vi la ilustración quedé fascinado por su belleza y decidí escribir una historia a partir de ella. Es más, el dibujo era tan bonito que me inspiró tres historias, o al menos un cuento con tres finales diferentes. Ahora te toca a ti, querido lector, elegir el final que más te guste. Yo tengo un final preferido, por supuesto, pero para no influenciar en tu decisión, lo mantendré en secreto. Ahí va el cuento con los tres finales. En el lejano lejanísimo Reino en Blanco y Negro sólo existían dos colores, precisamente el blanco y el negro. Las personas de este reino, a la fuerza, sólo conocían estos dos colores y sus vidas trascurrían felices como si fueran personajes de una película antigua. Sólo existía el blanco y el negro. Nada más. Las casa eran en blanco y negro, los árboles eran en blanco y negro, ¡hasta e...

MO EL PINTOR

  Al pequeño Mo siempre le había gustado dibujar. Y dibujaba muy bien. Desde hacía un tiempo Mo pintaba sin descanso, como si no tuviera nada más importante que hacer. Es más, como si pintar fuera lo único que pudiera mantener ocupada su mente. Pintaba sin descanso paisajes hermosos y ciudades plenas de vida con personas sonrientes que jugaban y se abrazaban. Cuando llenó de dibujos la única pared que quedaba de la casa, se sentó a admirar su obra sonriendo por primera vez en muchos días. Contemplaba la esperanza, mientras fuera continuaba la guerra. Marcelo Morante 10/III/2025

LAS GALLINAS

Mi abuela vivía en una enorme casa en mitad de la huerta.  Todos los días se ocupaba de las tareas de la casa, que eran muchísimas y muy duras, de hacer la comida para toda la familia y dar de comer a las gallinas. Todos los días iguales. Las gallinas, por su parte, vivían felices en el gallinero que estaba debajo de la morera que, todavía hoy, generosa, da sombra a todos los que se detienen bajo sus ramas.  Durante el día mi abuela soltaba las gallinas para que picotearan libremente por los bancales cercanos a la casa y cuando el sol comenzaba a bajar, las gallinas se dirigían obedientes al gallinero y, ellas solas, entraban en su jaula, esperando a que mi abuela les llevara la cena a base de pienso. Un día de verano mientras que mi abuela barría la puerta de la casa y yo estaba leyendo bajo la sombra de la morera le pregunté. - Abuela, ¿no te da miedo de que las gallinas se escapen un día y que no vuelvan al gallinero?  - Aquí tienen techo y comida asegurada todos los d...