Si evaluamos las capacidades de una tortuga en base a su rendimiento a la hora de dar saltos, por muy fácil que a nosotros nos parezca, obtendremos unos resultados muy decepcionantes y claramente insuficientes.
Y de paso, también tendremos una tortuga que pensará durante el resto de su vida que es una inútil.
Si evaluamos las capacidades de la misma tortuga en base a su rendimiento a la hora de construir castillos de arena, por muy fácil que a nosotros nos parezca, obtendremos unos resultados desastrosos y muy por debajo de la media.
Y de paso, también tendremos una tortuga frustrada.
Si evaluamos las capacidades de la misma tortuga en base a su rendimiento a la hora de subir por una escalera, por muy sencillo que a nosotros nos parezca, obtendremos una prueba irrefutable de la insuficiencia del animal.
Y de paso, también nos encontraremos con una tortuga acomplejada de por vida.
Y yo, que me declaro defensor a ultranza de las causas perdidas y que no sé casi nada, creo que la culpa nunca sería de la voluntariosa tortuga.
Por eso la previsora naturaleza ha dotado a las tortugas de un caparazón durísimo. Un caparazón capaz de aguantar todos los golpes que la vida, feroz e implacable, puntualmente le irá propinando.
O casi todos...
Marcelo Morante
11/III/2021
Como siempre.... Una genialidad
ResponderEliminar