A mi amigo Rodrigo le encanta la lluvia.
Es verdad que a Rodrigo también le gusta mucho leer cuentos, entretenerse con juegos de construcciones y comer fruta, pero lo que más le gusta, junto con la lluvia, son los caracoles.
Los caracoles y la lluvia. Por ese orden.
Cuando llueve, Rodrigo se queda embelesado delante de la ventana de su cuarto observando cómo caen las gotas de agua y, poco a poco, van mojando todo en el exterior.
Y cuando para de llover, a Rodrigo le encanta salir a pasear por el campo y disfrutar del olor a tierra recién mojada.
Una vez, tras una de esas jornadas de lluvia, me encontré a Rodrigo muy atareado en mitad de un camino.
El niño, ensimismado, no paraba de agacharse, recoger algo del suelo y llevarlo hasta la orilla del sendero.
Sin entender lo que estaba pasando le pregunté:
- ¡Hola! ¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo?
- Sí, claro... Es muy sencillo: Recojo los caracoles que han salido con la lluvia y los llevo hasta la orilla del camino antes de que los coches los aplasten. ¿Cómo es que no lo ves?
Atónito ante la respuesta de Rodrigo, y a la vez entristecido por su inocencia, le dije:
- Pero, ¿no te das cuenta de que es imposible salvarlos a todos? Nunca conseguirás poner a salvo a todos los caracoles de todos los caminos de todos los pueblos del mundo…
- Claro que no - contestó muy serio el niño - Pero, al menos, sí que habré salvado a éste…
Y diciendo esto, depositó cariñosamente en la orilla del camino el caracol que llevaba entre sus pequeñas manos.
- Si me ayudas - continuó Rodrigo - salvaremos el doble de caracoles…
Y sin pensármelo, sonriendo después de mucho tiempo, me puse a ayudar a Rodrigo.
(Adaptación de un cuento tradicional de origen sufí)
Marcelo Morante
6/IX/2025
Comentarios
Publicar un comentario