El pequeño Kiwi no daba mala suerte, por supuesto.
Pero sí había sido, tiempo atrás, el gato de una bruja. Concretamente, había sido el gato de la bruja Turuleta.
La culpa no era toda del gato, ya que Kiwi pertenecía a una larga familia de gatos negros que habían servido desde tiempos inmemoriales a brujas maléficas, y desde su nacimiento estaba predestinado a convivir con una bruja.
Sin embargo, el pequeño gato, tras asistir a varios hechizos malignos y a la preparación de varias pócimas nauseabundas, empezó a sentir que la bruja Turuleta no era una buena compañera de vida.
Por no hablar de los viajes en mitad de la noche sobre la escoba... ¡El pobre Kiwi tenía vértigo y se mareaba con muchísima facilidad!
Así que, una noche Kiwi decidió cambiar de aires y abandonó para siempre la oscura cueva de la bruja Turuleta.
La verdad es que pasó mucho miedo durante el largo viaje, pero tuvo la suerte de encontrarse, por casualidad, con Inés Temperina que lo salvó de una muerte segura en mitad de una calle llena de coches. Desde entonces es muy feliz.
Porque Kiwi, lejos de lo que le habían hecho creer durante toda su vida, no daba mala suerte. Más bien todo lo contrario: atraía la buena suerte.
Basta con estar un ratito jugando con él y todo se vuelve más alegre y hermoso.
Si no que se lo pregunten a su nueva compañera Inés Temperina.
Marcelo Morante
11/X/2025
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