Todavía no habían pasado ni diez minutos de la primera clase de la mañana cuando la pequeña Inés Temperina no pudo reprimir el primer bostezo del día.
Fue un bostezo sonoro y largo. Lleno de sentimiento: una mezcla perfecta de cansancio y aburrimiento.
Unos instantes después, Nela Ricci, la compañera de pupitre de Inés Temperina, contagiada por el bostezo de su amiga, hizo gala también de sus privilegiadas dotes en el complejo arte del bostezo disimulado. Abrió la boca de par en par y sin poderse aguantar bostezó sonoramente.
Y tras Nela Ricci bostezaron, uno tras otro, casi todos los niños y niñas de la clase de Inés Temperina en este orden: Alessandro Malatesta, Margherita Bicicletta, Rodolfo Buonsenso y Marta Più.
Incluso, el maestro Puntino, cuando nadie miraba, disimuladamente también bostezó y estiró con timidez los brazos.
¡Menuda mañana!
Desde la calle, un serio abogado con bigote que pasaba veloz por delante del colegio camino de una aburrida reunión de trabajo, vio bostezar al maestro Puntino y acto seguido también él se paró a bostezar tan agusto y con tanta gracia que decidió sentarse a echar una cabezadita en un banco del vecino parque.
Al rato pasó por delante del abogado un perro que al ver a aquel señor con bigote abrir la boca con tanta gracia también bostezó.
Y el perro contagió a un panadero.
Y el panadero a una cliente de toda la vida.
Y la cliente de toda la vida a un cartero.
Hasta que los bostezos llegaron hasta el palacio del Rey.
Y el rey, sin darse ni cuenta, se puso también él a bostezar sentado en su trono y mientras atendía una aburridísima audiencia con un ministro que, asu vez, también su puso a bostezar con gran elegancia.
Tan cansado estaba el rey y tan grandes y sonoros eran sus bostezos que decidió que iba a tomarse la jornada libre y que iba a acostarse calentito en su cama. Así que despidió a su ministro medio adormentado y, para que nadie pensase que el rey era un vago, decretó una jornada de fiesta nacional para que todos los habitantes del reino pudieran descansar tranquilamente en casa sin perder el sueldo. Para algo era el rey...
Y así fue como, gracias a Inés Temperina, todos pudieron disfrutar de un día inesperado de vacaciones.
Una vez leí una frase muy bonita que decía:
"Que todas las cuerdas sean siempre de guitarra y todos los ataques de risa".
A lo que yo añadiría: "Y que los contagios sean siempre de bostezos".
¡Felices sueños!
Marcelo Morante
12/X/2024
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