Mi abuela vivía en una enorme casa en mitad de la huerta.
Todos los días se ocupaba de las tareas de la casa, que eran muchísimas y muy duras, de hacer la comida para toda la familia y dar de comer a las gallinas. Todos los días iguales.
Las gallinas, por su parte, vivían felices en el gallinero que estaba debajo de la morera que, todavía hoy, generosa, da sombra a todos los que se detienen bajo sus ramas.
Durante el día mi abuela soltaba las gallinas para que picotearan libremente por los bancales cercanos a la casa y cuando el sol comenzaba a bajar, las gallinas se dirigían obedientes al gallinero y, ellas solas, entraban en su jaula, esperando a que mi abuela les llevara la cena a base de pienso.
Un día de verano mientras que mi abuela barría la puerta de la casa y yo estaba leyendo bajo la sombra de la morera le pregunté.
- Abuela, ¿no te da miedo de que las gallinas se escapen un día y que no vuelvan al gallinero?
- Aquí tienen techo y comida asegurada todos los días - respondió muy seria mi abuela con la escoba en la mano - ¿Por qué deberían escaparse las gallinas?
- Pues por la libertad. Por el hecho de ser libres y de vivir su propia vida lejos de estos barrotes... - respondí yo también muy serio, con un punto de arrogancia de joven leído.
- Las gallinas sólo sueñan con la libertad por la noche. En cuanto abren los ojos sólo piensan en llenar el buche y en no complicarse la vida... - respondió mi abuela alejándose.
Esa noche mi abuela volvió a soñar con la escuela, a la que nunca había podido ir, y con la libertad.
Marcelo Morante
21/VIII/2024
Comentarios
Publicar un comentario