En un reino muy muy lejano existían dos pueblos vecinos que estaban en guerra desde hacía muchísimos años. Tanto tiempo hacía que los dos pueblos estaban enfrentados que, ni siquiera los más viejos del lugar, recordaban el motivo por el que se habían declarado la guerra, ni cuándo había comenzado el enfrentamiento. Eso sí, una cosa tenían bien clara todos los habitantes de ambos pueblos: Había que odiar con todas las fuerzas a los vecinos del pueblo de al lado. Sin excepción.
El caso es que. como la guerra duraba ya tantos tantos años, la munición comenzaba a escasear y un día se dieron cuenta de que ya no quedaban balas, ni metralletas ni tanques. Así que, los del pueblo de abajo requisaron todos los instrumentos musicales hechos de metal con la intención de construir con ellos un enorme tanque que destruyera, de una vez por todas, a sus vecinos del pueblo de arriba.
Cuando el tanque más grande nunca visto estuvo terminado, lo colocaron en el centro de la plaza y apuntaron con él hacia el pueblo de al lado con la intención de borrarlo, de una vez por todas, del mapa.
El Sargento Mayor de las Fuerzas Armadas del pueblo de abajo, el gran héroe de guerra Bellicus Destructoris Máximus, fue el encargado de disparar ante todos sus conciudadanos el gran cañón.
Pero cuando accionó el botón, en vez de oírse una violenta detonación comenzó a escucharse una graciosa melodía interpretada por saxofones, trompetas, trombones y tubas.
Y la música creció tanto tanto en intensidad que, atravesando la frontera, llegó hasta el pueblo de arriba contagiando a sus vecinos de una alegría que creían olvidada.
Y bailando bailando al son de la música los habitantes da ambos pueblos fueron a abrazarse con sus vecinos del pueblo de al lado.
Así fue como la música acabó por fin con la guerra.
Marcelo Morante
28/II/2024
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