En el patio de la casa de mi tío Pedro, entre árboles frutales y palmeras, había una gran pajarera donde mi tío iba encerrando a las *cagarneras que atrapaba por la huerta.
Una vez, una cagarnera que volaba libremente se acercó curiosa hasta la pajarera de mi tío, atraída por los alegres cantos de las cagarneras que estaban encerradas.
Cuidadosamente se posó sobre la jaula y comenzó a conversar con una de las cagarneras presas.
- ¿Cómo es la vida dentro de una pajarera?- preguntó curiosa la cagarnera libre.
- ¿No te lo han contado nunca? ¿No me digas que nunca has estado dentro de una pajarera? La vida aquí es una maravilla... - prosiguió muy seria la cagarnera prisionera - Todos los días nos traen comida y cuando llueve ¡no nos mojamos! Incluso cuando nos ponemos enfermas nos cuidan y nos dan medicinas hasta que sanamos.
- ¡Vaya, qué suerte! - respondió la cagarnera libre - Yo en la huerta me mojo continuamente y muchas veces no encuentro nada para comer...
- Si tú quisieras podríamos intercambiarnos... - sugirió la cagarnera de la pajarera.
- ¿Y cómo podríamos intercambiarnos? - dijo pensativa la cagarnera libre - Estos barrotes parecen muy fuertes...
- Todos los días a las 11 en punto de la mañana viene a traernos nuestra comida un hombre y deja cerrada la puerta de la jaula. Yo desde dentro no puedo abrir la puerta pero tú, desde fuera, puedes accionar el mecanismo y abrirla. En ese momento empujaré y así podrás introducirte en esta preciosa jaula y disfrutar de todas sus comodidades. Como nos parecemos tanto, el humano cerrará la puerta y no notará la diferencia. Eso sí, cuando pase una semana volveré y nos intercambiaremos de nuevo. No puedo renunciar a todo este bienestar para siempre, espero que puedas entenderlo... - respondió muy convencida la cagarnera de la jaula.
Y así lo hicieron. Al día siguiente a las 11 en punto, las dos cagarneras intercambiaron sus vidas y quedaron en volver a verse en una semana.
Cuando pasaron los siete días, la cagarnera que ahora volaba libre por la huerta no se presentó a su cita con su amiga prisionera.
Ni a la semana siguiente, ni al mes siguiente... Ni nunca.
Normal.
El único que notó algo raro fue mi tío Pedro que, con su oído infalible, observó que una de sus cagarneras, desde hacía unos días, cantaba de una manera mucho más triste...
*Con el nombre de cagarneras en los pueblos del Bajo Segura, donde mi tío y yo vivimos, se designa a los jilgueros.
Marcelo Morante
3/I/2023
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