La mosca Narcisa se levantaba muy temprano todas las mañanas para poder comenzar a acicalarse lo antes posible.
Escrupulosamente y con mucha paciencia lavaba sus patas, sacaba brillo a sus antenas y dejaba relucientes sus alas porque a la mosca Narcisa le gustaba ir siempre elegante y aseada.
Por eso Narcisa no podía entender cómo las otras moscas disfrutaban revoloteando sobre cosas asquerosas y posándose sobre los desperdicios más repulsivos.
El resto de moscas criticaban ferozmente a la mosca Narcisa y le dedicaban comentarios muy crueles:
- "Mírala, se creerá superior a nosotras..." decía una ellas.
- "Siempre tan limpita y reluciente... Parece que se avergüence de ser una mosca" añadía otra mosca enfadada.
- "Mosca nació y mosca morirá..." sentenciaba orgullosa una mosca anciana.
Pero a la mosca Narcisa no le afectaban las críticas y no cejaba en su empeño de aparecer siempre bien arreglada y aseada.
Un día, por casualidad, la mosca Narcisa descubrió un espejo y por primera vez pudo contemplarse en todo su esplendor... Tan limpia, tan reluciente, tan guapa. ¡No os podéis imaginar su felicidad!
Y tan ensimismada estaba contemplando el reflejo de su belleza, que no vio llegar una mano gigante que, amenazante y poderosa, la aplastó sin miramientos contra la fría superficie del espejo.
Y así quedó la pobre mosca Narcisa: despachurrada por su propia vanidad.
Marcelo Morante
21/VII/2022
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