A nuestro amigo Hugo, que es capaz de soñar con los ojos abiertos. Hugo todavía no había cumplido los dos años y ya estaba completamente enamorado. Perdidamente enamorado de la luna. Tan enamorado, tan enamorado que todas las noches esperaba impaciente la visita de su amada que, presumida, se acercaba puntual hasta su ventana. Por eso Hugo no dormía por las noches. La vanidosa luna no siempre acudía a la cita con Hugo y no sólo porque, engreída como era, le gustase hacerse de rogar, no. Hay que entenderla: No todas las noches era capaz de recordar el camino que le conducía a Hugo y además, desde la inmensidad de la altura celeste, todas las casas le parecían iguales. En otras ocasiones eran las nubes las que obstaculizaban su vista. Cuando esto último sucedía, Hugo y su abu habían inventado un truco infalible que despejaba el cielo inmediatamente y permitía que la luna brillara de nuevo entre la bruma nebulosa. Bueno, un truco casi infalible: Con sus pequeñas manos Hugo lanz...