Ir al contenido principal

INÉS TEMPERINA Y EL DESPERTADOR

 


Una tarde, paseando por las afueras de su pueblo, Inés Temperina escuchó unos amargos sollozos que procedían de un rincón apartado. Curiosa, acudió hacia el lugar del que provenían los misteriosos sonidos y, ¿sabéis lo que encontró?

Escondido entre unos matorrales descubrió un destartalado despertador que, asustado y con lágrimas en su esfera de cristal, le contó a Inés Temperina su triste historia.

“Yo era un gran despertador antiguo”  - comenzó a decir con una chillona voz acampanada.

“El orgullo del taller artesano donde fui creado y durante muchos años serví con extremada puntualidad en multitud de hogares. Hasta que un día me di cuenta de que el cumplimiento de mi función suponía un fastidio para los demás: los niños, interrumpidos en lo mejor de sus sueños, se enfadaban conmigo cuando los despertaba bien temprano para ir al colegio; los adultos me golpeaban con violencia para que detuviera mi ensordecedor canto... ¡Y yo sólo pretendía que no llegaran tarde a sus obligaciones!

Apiadándome de ellos, empecé a dejarles dormir más tiempo del debido. Al principio, mis dueños estaban muy contentos con la novedad, pero poco después empezaron a llegar malas noticias del trabajo y cuando amenazaron con echarles si volvían a incumplir su horario de entrada me arrojaron por la ventana y aquí me encuentro, por primera vez en mi vida, sin un hogar.”

Conmovida por tan trágica historia y comprendiendo el hermoso defecto de fabricación que padecía el despertador, la pequeña Inés Temperina decidió llevarse al soñador aparato a su casa. Con una única condición: Nunca podría interrumpir un sueño hermoso.

Por eso a veces Inés Temperina llega un poco tarde a los sitios y tiene ganada una cierta fama de despistada e impuntual. 

Y de soñadora, añadiría yo.


Marcelo Morante

14/VII/2021

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL PAÍS EN BLANCO Y NEGRO

Este cuento nace a partir de un dibujo de Loles. Y esto es un hecho insólito porque normalmente sucede al contrario, primero escribo el cuento y después Loles hace el dibujo. Cuando vi la ilustración quedé fascinado por su belleza y decidí escribir una historia a partir de ella. Es más, el dibujo era tan bonito que me inspiró tres historias, o al menos un cuento con tres finales diferentes. Ahora te toca a ti, querido lector, elegir el final que más te guste. Yo tengo un final preferido, por supuesto, pero para no influenciar en tu decisión, lo mantendré en secreto. Ahí va el cuento con los tres finales. En el lejano lejanísimo Reino en Blanco y Negro sólo existían dos colores, precisamente el blanco y el negro. Las personas de este reino, a la fuerza, sólo conocían estos dos colores y sus vidas trascurrían felices como si fueran personajes de una película antigua. Sólo existía el blanco y el negro. Nada más. Las casa eran en blanco y negro, los árboles eran en blanco y negro, ¡hasta e...

MO EL PINTOR

  Al pequeño Mo siempre le había gustado dibujar. Y dibujaba muy bien. Desde hacía un tiempo Mo pintaba sin descanso, como si no tuviera nada más importante que hacer. Es más, como si pintar fuera lo único que pudiera mantener ocupada su mente. Pintaba sin descanso paisajes hermosos y ciudades plenas de vida con personas sonrientes que jugaban y se abrazaban. Cuando llenó de dibujos la única pared que quedaba de la casa, se sentó a admirar su obra sonriendo por primera vez en muchos días. Contemplaba la esperanza, mientras fuera continuaba la guerra. Marcelo Morante 10/III/2025

LAS GALLINAS

Mi abuela vivía en una enorme casa en mitad de la huerta.  Todos los días se ocupaba de las tareas de la casa, que eran muchísimas y muy duras, de hacer la comida para toda la familia y dar de comer a las gallinas. Todos los días iguales. Las gallinas, por su parte, vivían felices en el gallinero que estaba debajo de la morera que, todavía hoy, generosa, da sombra a todos los que se detienen bajo sus ramas.  Durante el día mi abuela soltaba las gallinas para que picotearan libremente por los bancales cercanos a la casa y cuando el sol comenzaba a bajar, las gallinas se dirigían obedientes al gallinero y, ellas solas, entraban en su jaula, esperando a que mi abuela les llevara la cena a base de pienso. Un día de verano mientras que mi abuela barría la puerta de la casa y yo estaba leyendo bajo la sombra de la morera le pregunté. - Abuela, ¿no te da miedo de que las gallinas se escapen un día y que no vuelvan al gallinero?  - Aquí tienen techo y comida asegurada todos los d...