Una tarde, paseando por las afueras de su pueblo, Inés Temperina escuchó unos amargos sollozos que procedían de un rincón apartado. Curiosa, acudió hacia el lugar del que provenían los misteriosos sonidos y,
¿sabéis lo que encontró?
Escondido entre unos matorrales descubrió un destartalado despertador
que, asustado y con lágrimas en su esfera de cristal, le contó a Inés Temperina su
triste historia.
“Yo era un gran despertador antiguo” - comenzó a decir con una chillona voz acampanada.
“El orgullo del taller artesano donde fui creado y durante muchos años serví con extremada puntualidad en multitud de hogares. Hasta que un día me di cuenta de que el
cumplimiento de mi función suponía un fastidio para los demás: los niños,
interrumpidos en lo mejor de sus sueños, se enfadaban conmigo cuando los
despertaba bien temprano para ir al colegio; los adultos me golpeaban con
violencia para que detuviera mi ensordecedor canto... ¡Y yo sólo pretendía que no llegaran
tarde a sus obligaciones!
Apiadándome de ellos, empecé a dejarles dormir más tiempo del debido. Al principio, mis dueños estaban muy contentos con la novedad, pero poco después empezaron a llegar malas noticias del trabajo y cuando amenazaron con echarles si volvían a incumplir su horario de entrada me arrojaron por la ventana y aquí me encuentro, por primera vez en mi vida, sin un hogar.”
Conmovida por tan trágica historia y comprendiendo el hermoso defecto de fabricación que padecía el despertador, la pequeña Inés Temperina decidió llevarse al
soñador aparato a su casa. Con una única condición: Nunca podría interrumpir un sueño hermoso.
Por eso a veces Inés Temperina llega un poco tarde a los sitios y tiene ganada una cierta fama de despistada e impuntual.
Y de soñadora, añadiría yo.
Marcelo Morante
14/VII/2021
Comentarios
Publicar un comentario