Tras unos instantes de incómodo silencio, el escritor de epitafios tomó la palabra.
- Así que, llegados a este punto, ¿alguna idea?
- Pues, en realidad, me encantaría que me recordaran como una buena persona. Nada más.
- No me parece demasiado comercial, la verdad... Normalmente la gente que contrata mis servicios intenta siempre exagerar los méritos e incluso, a veces, mentir descaradamente.
- A mí nunca me interesaron los méritos. Ni las mentiras. Me basta con un sencillo "Fue una buena persona".
- Insisto en que me parece muy poco ambicioso...
- Sin embargo ser una buena persona es algo muy meritorio.
- Si usted lo dice... Piense que puede ocurrir que las generaciones futuras se construyan una idea de su persona basada principalmente en las palabras que elija para su epitafio.
- Tiene razón. Entonces deberíamos matizar el mensaje, para no inducir a equívocos. ¿Qué tal "Casi siempre fue una buena persona"?
- Me parece que usted no me ha entendido. Se trata de exaltar su figura para que mediante la palabra escrita en una lápida su nombre pueda ser recordado y admirado durante toda la eternidad.
- Toda la eternidad... Parece demasiado tiempo, ¿no?
- Es un decir... ¿A qué actividad ha dedicado su vida? ¿Alguna hazaña destacable en su curriculum?
- Bueno, yo era maestro. Nunca perseguí el éxito.
- Entiendo... Tendremos que exagerar entonces. Y adornar un poco su recuerdo.
- Mire, déjelo... No necesito que me recuerden por algo que no he sido. A mí me basta con que me recuerden con una sonrisa en los labios cuando hablen de mí.
- Sepa usted que cuando uno muere el recuerdo que lo demás tienen del fallecido suele ser mucho mejor del que tenían en vida. No hay nada como morirse para que hablen bien de uno.
- Entonces no se hable más. Escriba simplemente "Intentó ser una buena persona".
- Así sea. El cliente siempre tiene la razón.
Y por primera vez en esa tarde, el escritor de epitafios, de verdad tuvo razón.
Marcelo Morante
13/IV/2021
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