Entre las virtudes del soñador destacaba su capacidad para sentir el color del interior de las personas.
Me explico, cuando el soñador conocía a un individuo, los sentimientos más ocultos de esa persona se traducían en colores que sólo él, el soñador, podía percibir.
Algunos dirían que el soñador era capaz de percibir la esencia oculta de esa persona, otros sin embargo afirmarían, sin margen de error, que lo que el soñador percibía era el color del alma de las personas.
Fuera como fuese, el caso es que el soñador veía a las personas en colores que sólo él era capaz de sentir.
Al soñador, por ejemplo, no le gustaban las personas con un aura de color rojo porque estaban siempre enfadadas y eran incapaces de controlar la cólera. Pero tampoco le gustaban las personas azules porque, aunque eran muy educadas y vestían elegantemente, su discurso solía carecer de interés y resultaban terriblemente pedantes.
Por contra cuando el soñador se encontraba con personas negativas y que tenían una actitud derrotista, las sensaciones que percibía eran de color negro e intentaba apartarse de ellas. Pero tampoco soportaba a los dorados optimistas, siempre felices y sonrientes, aunque no tuvieran ningún motivo para hacerlo.
Al soñador le hubiera gustado encontrar en su camino a personas multicolores que tuvieran el carácter de los rojos y la templanza de los azules, y tuviesen también la alegría de los dorados pero también el punto justo de nostalgia propio de las personas de alma negra.
Sin embargo, día tras día comprobaba con amargura que no abundaban estas personas multicolores llenas de matices y contradicciones.
Conviene aclarar que un soñador es alguien que tiene la capacidad de soñar, no alguien que necesariamente es capaz de realizar sus sueños.
Aun así, el soñador de nuestro cuento no desiste y día tras día sueña con encontrar espíritus libres de alma multicolor. En algún sitio tienen que estar escondidos, ¿no?
Marcelo Morante
7/XII/2020
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