A María y Antonio,
por su Primera Comunión
Érase una vez un niño y una niña que jugaban
entretenidamente en el patio de la casa de sus abuelos. Era la época más
hermosa del año: El verano acababa de empezar y tenían por delante todo el
tiempo del mundo para divertirse sin preocupaciones.
Jugando a los aventureros, los niños se introdujeron en el
viejo almacén donde el abuelo guardaba los cachivaches viejos. Una vez que sus pequeños
ojos se acostumbraron a la oscuridad del lugar encontraron, arrumbada en un
rincón, una antigua bicicleta. La bicicleta, todo hay que decirlo, había vivido
tiempos mejores, y aunque estaba un poco oxidada y con las ruedas a medio
hinchar, los niños decidieron que esa tarde iban a montar en bici.
-
¡Yo primero, yo primero! – exclamó feliz el
niño. – Sólo un par de vueltas al patio y te dejo probar a ti…
El niño, sin dar tiempo a responder a su prima, cogió la
bicicleta y ceremoniosamente se subió en ella. En cuanto empezó a pedalear se
produjo una misteriosa transformación y Antonio, que así se llamaba el niño, se
encontró como por arte de magia vestido de ciclista profesional, con un maillot
amarillo y disputando la victoria en la última etapa del Tour de Francia en los
Campos Elíseos. Apretando los dientes y exigiendo al máximo la precaria mecánica
de la bicicleta Antonio logró atravesar en primer lugar la línea de meta y
alzando los puños al cielo exclamó: ¡Campeón del Tour, soy el campeón del Tour
de Francia!
En cuanto se detuvo la bicicleta el niño regresó mágicamente
al patio de la casa de sus abuelos. María, que así se llamaba la niña, ansiosa
le dijo a su primo:
-
Ahora me toca a mí…
-
Esta bici es mágica, María – confesó Antonio con
los ojos como platos – Te prometo que hace un momento acabo de ganar el Tour de
Francia – balbuceaba.
María, con cara de incredulidad, se subió a la bici y apenas
empezó a pedalear apareció mágicamente en la avenida central de Disneyland
París vestida de Minnie y saludando al numeroso público que asistía al desfile
de la tarde. ¡Y no estaba sola! A su lado estaba Mickey que conducía un
estupendo coche de carreras y Pluto que iba en patinete y Cenicienta que
viajaba en su carroza… “¡Pero qué magia es ésta!” se repetía a sí misma la
niña.
Un minuto después, cuando el hechizo ya había terminado,
María estaba de nuevo de regreso en el patio de la casa de los abuelos.
Los niños, como locos, se abrazaron proclamando al mundo su
alegría: “Tenemos una bici mágica, tenemos una bici mágica” gritaban a todo
aquel que quería escucharles, sin saber que en realidad no existe magia más
potente que la imaginación de los niños, ni espectáculo más hermoso que las
risas de los más pequeños.
Marcelo Morante
6/VII/2020
I love it!!
ResponderEliminarIs it fantastic💋