Érase una vez un niño que por su cumpleaños, justo antes de soplar las velas y siguiendo la antigua tradición, pidió un deseo.
“¡Quiero tener una bicicleta de mayores, quiero tener una
bicicleta de mayores!” pensó mientras las ocho velas se apagaban.
El genio de los cumpleaños recibió la petición del niño y,
tras analizarla con detenimiento, resolvió favorablemente y escribió en su
registro de deseos:
“Deseo concedido. El niño tendrá su bicicleta sin ruedines.
Firmado, el genio de los cumpleaños”.
Érase otra vez otro niño que por su cumpleaños, antes de
soplar las velas, pidió un balón de fútbol nuevo. El genio de los cumpleaños ya
estaba empezando a acostumbrarse a deseos rutinarios de este tipo, y un poco aburrido por la
monotonía de su trabajo, concedió rápidamente el deseo al niño y apuntó en su
registro de deseos:
“Deseo concedido. El niño tendrá su balón de fútbol nuevo.
Firmado, el genio de los cumpleaños”.
Érase otra vez una niña que por su séptimo cumpleaños,
mientras su familia y sus amigos terminaban de cantar y se preparaba para
soplar las velas, deseó un reloj mágico. Un reloj que hiciera que el tiempo
fuera mucho más rápido cuando lo estuviese pasando mal, por ejemplo cuando
estuviese en el dentista o en una aburrida clase de matemáticas, y que hiciera
que el tiempo fuese mucho más lento cuando fuese feliz, como cuando
salía a montar en bici con sus papás o cuando bailaba a solas en su habitación.
El ordenador del genio de los cumpleaños cuando recibió esta petición empezó a echar humo. El deseo de la niña era tan insólito que hubo que
organizar una reunión de urgencia del Comité de Genios de Cumpleaños (CGC) y
todavía no han llegado a una decisión, aún no han sabido qué contestar.
Mientras espera la resolución de su caso, la niña sigue
disfrutando de su cumpleaños junto a sus amigos y su familia, jugando y riendo
eternamente. El tiempo para ella realmente se ha detenido y disfruta sin
preocupaciones del día más feliz en la vida de un niño, el día de su
cumpleaños.
Cuando un niño es feliz, el tiempo debería detenerse y sentarse a disfrutar del espectáculo más hermoso que existe: la sonrisa de los más pequeños.
Marcelo Morante
3/VII/2020
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