Érase una vez un pueblo normal con un colegio normal en el
que había una clase normalísima integrada por normalísimos alumnos. A ese
pueblo normal llegó un día un maestro nuevo. También él bastante normal.
El primer día de clase el maestro para conocer a sus nuevos
alumnos propuso la siguiente actividad: - No me interesa saber todavía vuestros
nombres. Quiero que me digáis cuál es el animal con el que os sentís más
identificados y la razón por la cual lo habéis elegido. Sólo eso.
-
Fácil, maestro – dijo rápidamente uno de los
alumnos. – Yo sería un león. Soy fuerte y me encanta infundir terror en los
demás. Todos me respetan y me temen. Amo tomar la iniciativa. Sin duda yo soy
el rey de la clase.
Los demás rápidamente aplaudieron a su líder. El maestro
pensó que en todas las clases, sobre todo en las clases normales, siempre hay
uno, siempre hay un león dominante.
-
Yo sería un mono, maestro – exclamó entre risas
otro de los alumnos. – Me encanta hacer reír y que se rían conmigo. Soy
divertido y genero buen ambiente. No soy capaz de tomarme las cosas demasiado
en serio y me encanta hacer bromas siempre divertidas.
El maestro pensó que aquella seguía siendo una clase
bastante normal. Un león y un mono. Dos clásicos. Todo encajaba. En su larga
experiencia docente siempre había encontrado esos mismos dos animales.
Uno tras otro los alumnos fueron ordenadamente enumerando
los animales con los que se sentían más identificados: No faltaron varias
ratitas presumidas ni un astuto zorro, también había una trabajadora hormiga y
un músico cigarra… Todo muy normal.
Cuando el maestro pensó que ya habían terminado todas las
intervenciones de los alumnos, al fondo de la clase una niña menuda levantó su
mano y dijo: - Yo todavía no he hablado, maestro.
-
Disculpa – dijo el maestro sorprendido por
primera vez – Ni siquiera te había visto.
-
Así ha sido siempre - respondió amarga la niña –
Precisamente por eso yo sería una araña.
-
En realidad, tiene sentido lo que dices. Eres
tan fea como una araña – apostrofó el niño león entre el algarabío de la clase.
-
Fea, fea… - canturreaba por lo bajo el niño mono
burlándose. Los monos, ya se sabe, nunca brillaron por su inteligencia, ni por
su valentía.
El maestro se sorprendió por segunda vez. Una araña. Eso sí
que no era para nada normal. Ninguno de sus alumnos, hasta ahora, había querido
ser una araña. Pidió silencio y, curioso, invitó a la niña a seguir.
-
La araña – continuó la pequeña – basa su
existencia en la discreción y en la laboriosidad. No es bella como las ratitas
de los cuentos ni fuerte como el león. Su vida depende de la tela que fabrica
con gran esfuerzo. Una tela fuerte que atrapa su alimento pero que puede ser
destrozada fácilmente por el viento o por un animal más grande. Cuando esto
sucede la disciplinada araña vuelve a tejer silenciosamente su tela. Una tela
que puede llegar a convertirse en una auténtica obra de arte y a la vez en una
trampa mortal. ¿No es hermoso?
-
Lo es, sin duda – respondió pensativo el maestro
comprendiendo la naturaleza de la niña araña – Pero las arañas no suelen gustar
a los demás y suelen vivir aisladas y escondidas. ¿No te asusta eso?
-
No se trata de gustar a los demás o no, sino de
seguir tu instinto – continuó la niña- A veces, las arañas se unen
solidariamente cuando tienen un enemigo común. A mí me gustaría unirme a otras
arañas y juntas derrotar al león que aterroriza a los animales más débiles.
Esas palabras provocaron un silencio absoluto. El niño león agachó
la cabeza. Y por primera vez en toda la mañana el niño mono se calló. Y
callaron las ratitas y el zorro y la cigarra… Definitivamente ya nada parecía
tan normal en esa clase.
El maestro tenía mucho trabajo.
Lo normal, vaya.
"Cuando
las arañas unen sus telas pueden matar a un león" Proverbio etíope.
Marcelo Morante
7/VI/2020
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