Una tarde mientras jugaba en el parque, la pequeña Ona se encontró por casualidad, entre unos matorrales, con una paloma blanca que tenía una herida muy fea en su ala derecha.
La paloma, cuando nadie miraba, le susurró muy bajito a Ona que ella no era una paloma normal, sino que era la auténtica paloma de la paz.
La paloma también le contó, entre sollozos, que había sido herida por una bala disparada por un soldado en mitad de una terrible batalla que, sin éxito, estaba intentando detener.
El caso es que Ona, enternecida por la bondad de la paloma, decidió llevársela a su casa para cuidarla y curarla.
- Es posible que tus esfuerzos sean en vano. Puede que nunca vuelva a volar... - dijo apenada la paloma de la paz.
- En ese caso, recuerda que siempre podrás caminar... - respondió muy seria Ona - Es muy importante que, aunque tardes un poco más, seas capaz de llegar hasta el último rincón de la tierra.
Y así lo hicieron: La pequeña Ona, con la ayuda de sus padres, curó lo mejor que pudo a la paloma de la paz y la paloma, por su parte, en cuanto estuvo recuperada emprendió el vuelo y se dirigió hacia uno de los muchos conflictos que los hombres, avariciosos, habían iniciado en su ausencia.
Cuando se cansaba de volar y le dolía mucho el ala, caminaba. Pero nunca se detenía.
No podía permitir que la guerra venciese.
Se lo debía a Ona.
Marcelo Morante
9/II/2025
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