Todavía no eran las 8:00 de la mañana del 24 de diciembre cuando en la parroquia del barrio saltó la voz de alarma.
La señora Paquita, una jubilada encargada de la limpieza de la iglesia y de la casa del cura, solía llegar con unos minutos de anticipo al trabajo para poder rezar en silencio sus plegarias a la Virgen y contemplar, en aquellos días navideños, el hermoso Belén barroco recién instalado en la nave lateral del templo.
El Belén, todo hay que decirlo, sólo tenía de barroco la figura del Niño Jesús, obra de un maestro napolitano del siglo XVIII que, por casualidades y avatares de la vida, había venido a parar a aquella humilde parroquia de la periferia.
Ramón el quiosquero y Luis, el propietario del bar de enfrente, fueron los primeros en acudir, asustados por los gritos desesperados de la señora Paquita que, con la escoba en las manos y entre lágrimas, chillaba angustiada:
- "¡El Niño Jesús! ¡Han robado el Niño Jesús! Lo más bonito que teníamos y se lo han llevado...".
En pocos minutos llegaron veloces Don Pedro, el anciano párroco de la iglesia, y una nutrida representación del grupo de jubiladas devotas de la santa misa diaria.
- "Vaya tiempos que corren..." - dijo el cura con las manos en la cabeza.
- "Ya no se respeta nada" - apostrofó muy seria la señora Carmen, la encargada de pasar el cepillo durante las ceremonias.
- "Desde que estamos rodeados de forasteros cada vez hay más robos. Y lo peor es que la policía tiene las manos atadas" - añadió el quiosquero que, cada día, ojeaba casi todos los periódicos de su negocio.
- "Últimamente se ha visto por el barrio a un vagabundo con pinta de extranjero y de ladrón. Un día, el muy sinvergüenza vino al local a pedir comida" - informó Luis el del bar con la voz baja, casi temiendo que el ladrón pudiera escucharle.
- "Pues seguro que ha sido ése. Yo también lo he visto por el parque durmiendo en un banco. Tiene pinta de borracho y de alguna cosa más..." - declaró entre sollozos la señora Paquita, que todavía no se había repuesto del disgusto.
- "A estas alturas ese malnacido ya habrá vendido la escultura por cuatro perras. ¡Éstos no saben apreciar el valor que tienen las cosas!" - añadió Doña Pura, otra de las jubiladas.
- "¡Claro! Como a ellos se lo dan todo gratis!" - sentenció Don Pedro, el cura.
Y ya estaban pensando en llamar a la Policía para denunciar al misterioso inmigrante ladrón, cuando de repente pasó por allí, camino del colegio, la pequeña Inés Temperina con su mochila a cuestas.
La niña, ante la mirada atónita de todos los vecinos, se metió en la iglesia y, abriendo su mochila, sacó con mucho cuidado lo que a todas luces parecía el Niño Jesús napolitano vestido con un pijama de invierno y envuelto en una mantita a cuadros.
Por lo visto, de entre todos los ciudadanos del barrio, a la única que le parecía una crueldad que el Niño Jesús permaneciese prácticamente desnudo soportando el frío de la Navidad, era a una niña de apenas ocho años. ¡Qué cosas!
Con un poco de esfuerzo, todos podríamos volver a mirar a través de los ojos inocentes de los más pequeños.
Marcelo Morante
4/XI/2024
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