Algunos buscan la honradez en una bandera. Y a mí me parece muy bien.
Muchos buscan la decencia en un uniforme. Y a mí también me parece muy bien.Otros buscan la integridad en un lujoso despacho. E incluso esto a mí también me parece muy bien.
Sin embargo, yo conocí bien a la persona más honrada, más decente y más íntegra del mundo y os aseguro que no portaba ninguna bandera, ni lucía un elegante uniforme. Ni tampoco tenía un lujoso despacho, por supuesto. Era mi maestro.
A mi maestro le apasionaba trabajar en la escuela y también amaba profundamente la huerta. A mi maestro le gustaba tanto, tanto la huerta que a veces se le juntaba la noche con el día en medio del bancal... ¡Y no se daba ni cuenta! Era absolutamente feliz entre sus árboles de mandarinas. Igual de feliz que cuando estaba con sus alumnos en el aula.
Tan feliz, tan feliz que una mañana llegó a clase sin dormir, con unas botas de regar de color verde oscuro llenas de barro.
Y ese día, sin que mi maestro se lo propusiera, aprendí de él y de sus botas embarradas la honradez, la decencia y la integridad. Porque mi maestro predicaba siempre con el ejemplo y sin hacerse notar.
Mi maestro era tan maestro, tan maestro que a veces enseñaba sin proponérselo, sin darse ni cuenta.
Y a mí, muchos años después, todavía no se me ha olvidado esa lección.
Marcelo Morante
27/VI/2021
Y a mí, muchos años después, todavía no se me ha olvidado esa lección.
Marcelo Morante
27/VI/2021
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