Una tarde Inés Temperina luchó sin más ayuda que sus manos contra una flota interestelar tripulada por alienígenas que, con intención de someter a los habitantes de la Tierra, surcaba el cielo a la velocidad de la luz. Pero ella, con su implacable y poderoso dedo, destruyó con enorme destreza y velocidad, una tras otra, todas las naves extraterrestres.
Otra tarde, con los primeros calores del verano, Inés Temperina observaba cómo los copos de nieve caían danzantes y juguetones hacia abajo, y cómo, al chocar contra el suelo, se desvanecían mágicamente dejando el rastro de su último beso sobre el polvo del camino.
Otra tarde, Inés Temperina viajaba a bordo de un globo aerostático que, desafiando las leyes de la gravedad se acercaba peligrosamente a las inmediaciones del sol, hasta que sin previo aviso el aparato volador desapareció como por arte de magia sin dejar ni rastro. Sin embargo, enseguida un nuevo y flamante globo aerostático tomó el relevo del anterior e, ignorando las experiencias pasadas, voló y voló de nuevo hacia el sol, dejando en su estela mil matices de colores brillantes en el firmamento.
Todo esto pasaba en un tiempo aparentemente lejano, cuando las tardes parecían no tener fin y las preocupaciones desaparecían de nuestra mente con la rapidez con la que una pompa de jabón explotaba en mitad del aire.
Quién fuera de nuevo niño y, con los ojos de un niño, volver a mirar la vida.
Si nos armáramos de nuevo con un pompero bien cargado de agua y jabón creo que nada ni nadie nos podría detener...
Siempre sonrientes.
Marcelo Morante
9/IV/2021
Si desde luego que diferente sería todo si en vez de empeñarnos en que los niños vean las cosas como nosotros las percibimos... Fueramos nosotros los que aprendieramos a mirar desde la perspectiva de ellos
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