Pocos días antes de la llegada del Carnaval, Arlequín desapareció sin dejar ni rastro.
Algunos pensaron que quizás era demasiado viejo para aguantar la intensidad de las jornadas festivas del Carnaval que estaba llegando y que, con toda probabilidad, se habría marchado a una residencia de ancianos a pasar tranquilamente el resto de sus días.
Otros pensaron que, granuja como era, seguramente estaría en su casa descansando después de varios días de juerga sin dormir demasiado.
Pero yo que conozco muy bien a Arlequín os voy a contar lo que realmente sucedió.
Hace unos días, sin previo aviso, Arlequín contemplándose en el espejo decidió que no volvería a disfrazarse nunca más. Por primera vez en mucho tiempo, mirándose a los ojos, se atrevió a reconocer que estaba cansado de máscaras y que preferiría volver a ser él mismo.
Escuchándose con atención se dio cuenta de que ya no quería seguir fingiendo que era astuto, porque en realidad era una persona sencilla y educada. Asimismo, comprendió que estaba muy cansado de hacerse pasar por necio para que los demás se riesen y que ya era hora de no parecer ingenuo, aunque ello implicase quedarse solo.
Sé que a los más pequeños os va a costar mucho entender la decisión de Arlequín. Los niños, al fin y al cabo, casi nunca fingís y os disfrazáis de aquello que no sois, o de aquello que os gustaría ser, solamente una vez al año. Y además por diversión...
Cuentan que el día en que Arlequín desapareció sin dejar ni rastro fue el más triste en la historia de Nápoles y que hasta el cielo lloró desconsoladamente esa tarde.
Pero también hay que entender a Arlequín. Le había costado tanto reencontrarse consigo mismo que no estaba dispuesto a disfrazarse nunca más.
Ni siquiera en Carnaval.
Marcelo Morante
5/II/2021
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