El pescador salía al mar todos los días, incluso en Navidad. Había que comer. Y se comía todos los días, o casi.
Su alma, curtida por el sol y por el cansancio, aparentaba muchos más años de los que realmente tenía.
Meros, salmonetes, lenguados... De todo un poco. Y todo sumado casi nada. Lo justo para ir tirando.
Sin embargo, esa Navidad sus redes pescaron un alma y no la devolvió al agua. Porque las leyes del mar en su humilde casa se respetaban y no se dejaba morir a nadie en mitad del océano.
Así que él, que había visto cómo el agua se tragaba a la mitad de sus amigos, sin dudar y respondiendo sólo a su instinto, subió a bordo a un alma. Y junto a ella pescó también la esperanza.
Y aunque no había mucho para compartir, compartió lo poco que tenía. Meros, salmonetes, lenguados...
Porque junto a la esperanza también había pescado la generosidad. Y más en estos días...
Marcelo Morante
23/XII/2020
Profundo este cuento, sigue regalándonos cuentos así, Marcelo. Abrazos
ResponderEliminar