El otro día vi cómo un niño lloraba desconsoladamente durante el patio. ¿El motivo? Algo muy serio: Uno de sus mejores amigos lo había elegido en último lugar para formar los equipos del partidillo del recreo.
Pero antes de que el tiempo del patio llegara a su fin ya habían hecho las paces. Un par de abrazos y un "lo siento" y todo estaba arreglado.
Arreglado y olvidado.
El otro día vi también cómo una niña se enfadaba enormemente con sus amigas.
¿La causa? Un hecho tremendamente grave: Las zapatillas de la niña habían producido, sin querer, un ruido muy sospechoso cuando habían rozado el suelo y toda la clase, incluidas sus mejores amigas, se habían burlado de ella.
Antes de que sonara la sirena que indicaba la finalización de la jornada escolar ya se habían disculpado y habían hecho las paces con un ceremonioso "te ajunto otra vez" y un emotivo "no volverá a pasar".
Todo arreglado. Es más, arreglado y olvidado.
Sin embargo, conozco a adultos que han sido grandes amigos durante gran parte de sus vidas y que de repente un día, a veces sin recordar ni siquiera ya el motivo, dejaron de hablarse y todavía hoy, por orgullo, no están dispuestos a hacer las paces.
¡Cuánto podríamos aprender de los niños si prestáramos un poquito más de atención!
Muchas veces he oído decir que el paso de niño a adulto, ese paso que supone la llegada a la madurez, viene condicionado por una serie de cambios fisiológicos. Yo, que de biología no sé nada, creo que uno de los cambios más importantes que hacen que dejemos de ser niños y nos convirtamos en adultos es que, de un día para otro, perdemos nuestra capacidad innata de perdonar. Por orgullo, por dinero, por una falta de respeto o por un malentendido... ¡Hay tantos motivos aparentemente válidos!
Por eso hay adultos que se niegan a crecer.
Sin duda, son los mejores.
Marcelo Morante
31/XII/2020
✨💙✨
ResponderEliminarNo hay medicina más sanadora que el perdón... Que nos perdonen es importante... Pero mucho más importante y costoso es el perdonarse a si mismo...
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