La feria había llegado una vez más al pueblo de Inés Temperina y eso sólo podía significar una cosa: Por fin se avecinaban los mejores días del año.
A Inés Temperina, como a todos los niños y niñas, le
encantaba pasear por la feria, comer algodón dulce, pescar patos de juguete y
montar en el tiovivo. Sobre todo, montar en el tiovivo.
Sin embargo, para su padre la llegada de los primeros
feriantes suponía una verdadera tragedia que se traducía en música a todo
volumen hasta altas horas de la madrugada.
Noche tras noche, durante cinco jornadas consecutivas, Inés
Temperina hacía las mismas idénticas cosas y su padre, resignado, la acompañaba
agarrándola de la mano y dejándose arrastrar por el vendaval de entusiasmo de
la niña.
“La feria… ¡Qué tendrá la feria!” pensaba aburrido el padre. “Todas las noches
la misma rutina… Y para colmo hoy tampoco podré dormir con esta atronadora música. ¡Vaya panorama!”.
Inés Temperina, completamente ajena al hastío de su padre y
vistiendo su atuendo más elegante, corría como poseída hacia el lugar donde se
ubicaba su atracción favorita. Año tras año, Inés Temperina elegía siempre el
mismo caballito blanco y un poco desgastado del viejo tiovivo. Siempre el mismo caballito.
Y había que verla cuando el tiovivo empezaba a dar vueltas. En
cada giro era preceptivo y obligatorio saludar con sus pequeñas manos a su
padre. Y en cada vuelta los ojos de Inés Temperina y su sonrisa iluminaban toda
la feria con un brillo mágico.
Pero la jornada ferial de Inés Temperina no acababa cuando el tiovivo se detenía. Todavía le quedaba la guinda del pastel: el algodón dulce.
“No hay noche de feria sin el colofón del algodón dulce”
pensaba resignado el padre intentando que no se notase el cansancio en su cara.
Mientras Inés Temperina saboreaba su inmenso algodón de
azúcar sentada en un banco del parque, su padre aprovechó para charlar un poco
con ella ya que durante toda la noche no había habido lugar para pausas y
distracciones.
-
¿No te aburre hacer siempre las mismas cosas en
la feria? – preguntó el padre- Temo que a fuerza de hacer todas las noches lo
mismo te puedas llegar a aburrir…
-
No… -respondió tajante Inés Temperina- ¿Cómo se
va a aburrir un niño en la feria? Eso es imposible… - Añadió convencida la pequeña.
-
Entiendo… Pero pensaba que quizás, al menos, podrías elegir otro caballo en el tiovivo. Hay un montón de caballos preciosos
y mucho más nuevos que el que tú eliges siempre – sugirió conciliador el padre.
-
Ya, pero ninguno de esos caballos nuevos es mágico –
respondió Inés Temperina – Cada noche mi caballito se transforma en una cosa distinta. Ayer
por ejemplo se convirtió en un unicornio y el martes se transformó en un cohete
que volaba por el cielo. Hoy era un hermoso corcel que paseaba al trote por un precioso prado verde… ¿Pero es que no lo has visto, papá? Tú estabas allí,
saludándome con la mano…
Y el padre, con la boca abierta y conteniendo a malas penas
la emoción, le dijo que sí.
Que también lo había visto. Que había visto un hermoso
corcel guiado por la amazona más hermosa del mundo.
Y le dijo también que le perdonara porque a veces se le
olvidaba mirar con los ojos del niño pequeño que había sido, pero que estuviera
tranquila porque no volvería a pasar.
Y prometió a Inés Temperina que mañana volverían a la feria
y que esta vez estaría mucho más atento.
Marcelo Morante
12/X/2020
Me encanta 🤩
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta historia, Bob.
ResponderEliminar👁️👄👁️
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