La nueva profesora de matemáticas caminaba decidida por el
pasillo del instituto. Se dirigía a su primera clase del curso y, aunque ya
tenía una amplia experiencia docente, no podía evitar sentir un cierto nerviosismo
que a duras penas conseguía disimular.
Todos los años le pasaba lo mismo: la noche anterior al
inicio del curso escolar siempre le costaba dormir y no podía pegar ni ojo.
Ataviada con uno de sus mejores conjuntos y con un par de
cafés en el cuerpo avanzaba hacia su aula recordando mentalmente los consejos
que su viejo maestro del colegio le dio cuando supo que su antigua alumna había
aprobado la oposición: “Jamás dejes que noten que tienes dudas, los alumnos
huelen el miedo y ya no te respetarán en todo el año” o aquel otro que decía “Comienza
siempre fuerte, infundiendo respeto en tu alumnado. No seas nunca amiga de tus
alumnos… Ya tendrás tiempo de levantar un poco el pie del acelerador a final de
curso”.
La joven profesora de matemáticas empezaba a pensar que su
viejo maestro sin querer confundía el miedo con el respeto y la simpatía con la
debilidad, pero nunca había cuestionado sus métodos y también a ella le habían
proporcionado muchos éxitos en el pasado.
Este curso no haría una excepción y comenzaría fuerte,
ganándose el respeto de su alumnado desde el primer día.
Mientras se acercaba a su clase repasaba mentalmente su
discurso: comenzaría con una breve presentación donde no admitiría ninguna
interrupción ni preguntas personales del tipo “¿estás casada, seño?” o ésa otra
tan de moda “profe, ¿tienes hijos?”. Después, continuaría mostrando a sus
pupilos los libros de texto que utilizarían ese curso y finalizaría haciéndoles
copiar los contenidos de su asignatura y los criterios de evaluación. Éxito
asegurado.
Si todo iba como ella esperaba, podría comenzar con el temario
ya en la primera clase. Los contenidos del curso eran muy amplios y no podía
permitirse la más mínima distracción.
Años y años de sacrificios y estudio habían hecho de ella
una gran profesional, disciplinada y metódica. Con su inteligencia y trabajo
duro había conseguido ser una de las más brillantes de su promoción y había aprobado la dura oposición a la primera. No podía permitirse deslices, tenía
que estar a la altura de la asignatura y de su reputación personal.
Nada más abrir la puerta del aula percibió una atmósfera
extraña. Los niños guardaban un respetuoso silencio sobrecogedor y la profesora
se sintió extrañamente incómoda.
Tras la breve presentación prevista, pasó lista y la situación, lejos de tranquilizarla, cada vez estaba más y más enrarecida. Nadie hablaba, nadie reía, nadie molestaba… Podría parecer el sueño de la mayoría de profesores, pero no. Algo fallaba.
Y entonces lo percibió. Notó el miedo en la mirada de sus
alumnos y finalmente comprendió que el terrible monstruo invisible les había
robado la alegría. Y que ella, su profesora, no podía permitirlo.
Y decidió traicionar por primera vez los consejos de su viejo
maestro. Y dejó a un lado la programación y el temario porque de repente ya no
le parecieron tan importantes.
Se dijo a sí misma que un buen capitán, o capitana, debe
velar siempre por el ánimo de su tropa y convencida, escribió en la pizarra:
“Lección del día: Aprender a sonreír con los ojos”.
Y ese día, sin saberlo, la joven profesora de matemáticas se
convirtió en una verdadera profesora.
Marcelo Morante
16/IX/2020
Está bastante bien la verdad
ResponderEliminarBueno y corto esta bastante bien
ResponderEliminarMuy bueno en verdad
ResponderEliminarBuen libro que contiene una lección de vida muy importante.
ResponderEliminarCuento conciso y con una bonita moraleja que nos alegra un poco en estos tiempos tan difíciles.
ResponderEliminarEsta bastante bien la verdad
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