Un día el viejo maestro recibió en su casa la visita de uno de sus mejores alumnos.
El joven, muy apenado, confesó a su mentor:
-
Maestro, usted ha sido para mí como un padre.
Conoce como nadie mis escasas virtudes y mis innumerables defectos, y sin
embargo siempre me ha ayudado a mejorar. Creo que me encuentro en un callejón
sin salida. No consigo progresar y me parece que ha llegado el momento de
arrojar la toalla. Tengo la sensación de haber tirado a la basura muchos años
de mi vida y que debería centrar mis esfuerzos en otras cosas.
El maestro quedó muy dolido por las palabras de su alumno y
permaneció en silencio unos minutos, tras los cuales dijo:
-
Acompáñame a mi jardín.
El alumno siguió lentamente al viejo maestro y maravillado contempló el extraordinario vergel que crecía en la parte de atrás de la casa. Aunque había estado en varias ocasiones en la
morada del maestro, desconocía por completo la existencia de ese maravilloso y
secreto lugar.
Invitándole a sentarse bajo un frondoso árbol el anciano
empezó a hablar:
-
Este jardín es una parte de mi alma. Representa algo
muy íntimo para mí y no podría compartirlo con cualquier persona. He sembrado pacientemente
todos los árboles y plantas que aquí ves. Día tras día vigilo el crecimiento de
cada una de ellas y atiendo sus necesidades sin escatimar esfuerzos. Sólo por
amor.
El alumno muy serio respondió:
-
Yo también amo lo que hago con todas mis
fuerzas, maestro, pero no me siento capaz de mejorar. En lo más profundo de mi
ser siento que nunca llegaré a ser lo suficientemente bueno.
El maestro señaló hacia la parte más alejada de su jardín y
añadió:
-
Fíjate en aquellos bambúes que crecen al fondo
del jardín. Coincidirás conmigo en que no son las plantas más hermosas, ni las
más llamativas. Muchos incluso las confundirían con vulgares cañas de río. Sin
embargo, y aunque amo a todas mis plantas y árboles por igual, estoy
especialmente orgulloso de mis bambúes.
Tú eres como el bambú, mi querido alumno.
El alumno no entendió ni una sola palabra de lo que le decía
su maestro.
-
El bambú – continuó el maestro, leyendo la
confusión en los ojos de su alumno – después de ser sembrado necesita siete
años para echar raíces y fortalecerse. Durante ese tiempo nunca tendrás la
certeza de saber si realmente la planta está desarrollándose de manera adecuada
o si por el contrario se habrá podrido y habrá muerto. En muchas ocasiones
tendrás la impresión de estar tirando tu tiempo cuidando una semilla que muy
probablemente nunca producirá nada, pero si eres paciente y disciplinado, tras
siete años, la planta despuntará del suelo. Cuando eso suceda, el bambú crecerá
dos palmos en sólo seis semanas y su crecimiento se sustentará sobre unas sólidas
raíces.
Desconfía de los objetivos que se consiguen
sin demasiado esfuerzo y trabaja amorosamente aquellas cuestiones que te
resulten más complejas sin esperar resultados inmediatos. Sin trampas y sin
atajos.
El fruto que pacientemente recojas tras tanto
esfuerzo será sin duda el más hermoso, al menos para ti.
El alumno se puso manos a la obra en ese preciso momento.
Tenía mucho trabajo por delante.
Marcelo Morante
8/VII/2020
❤❤me encanta❤❤
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