Todas las noches, antes de cerrar los ojos, Inés Temperina hacía un repaso mental de todo lo que había sucedido durante ese día que ya acababa. Inés Temperina se esforzaba mucho por cumplir, al menos, una buena acción al día. Sólo así era capaz de conciliar el sueño y cuando se despertaba a la mañana siguiente, lo primero que hacía era devorar ávidamente su premio. Un día, por ejemplo, había ayudado a llevar la compra a una mujer mayor que vivía muy cerca de su casa. Y a la mañana siguiente recibió su premio. Otro día, había ayudado a su compañero de clase Rodolfo Buonsenso con los deberes de lengua castellana. Y a la mañana siguiente le esperaba su merecido premio. Otro día, había preparado la cena para su familia. Y en otra ocasión había compuesto una canción para celebrar el cumpleaños de su amiga Marta Più. Y todas las mañanas recibió la pequeña Inés Temperina su premio. Un premio modesto, eso sí. Pero merecido: Un trozo de chocolate que a la niña le sabía a las mil mar...